Dominic ahogó un gemido de dolor cuando las espinas se le
clavaron en la piel, oculto entre el rosal que daba a la ventana de la oficina
de George.
Aquel día Raúl no pudo llegar a tiempo para recogerlo, como
consecuencia para cuando llegó, George había enviado a uno de sus orangutanes
por él, por supuesto todo era un trampa para que Evangeline se viera obligada a
ir a la casa de su padre, quien estaba atrapada en la oficina de George, ambos
hablaban a gritos, de los cuales muchos eran injurias de Evangeline a su padre.
—¡No voy a casarme con Jared O’Conell! ¡Ni con él ni con
nadie! —exclamó con las mejillas rojas por la rabia.
Dominic se apretó contra la pared intentando no hacerse más
daño.
—Ya veremos —replicó—. Aprenderás a las buenas o a las malas
el lugar que te corresponde —murmuró sentándose en la silla detrás del
escritorio, sacó un puro limitándose a observarla en silencio mientras lo
encendía.
—¡Ya no soy una niña para que vengas a controlarme! —rugió
observándolo con frialdad, la misma que le dedicaba su padre. Una de las cosas
que muchas veces dificultó la convivencia de ambos es que podían llegar a ser
igual de tercos. Claro que Evangeline no tenía la manía de controlar la vida de
los demás como su padre.
George sabía que ella no se iba a echar para atrás en aquel
momento así que hizo un gesto de mano para indicarle que podía irse.
Ella soltó un bufido rabioso y se retiró con un portazo.
Dominic al escucharlo empezó a arrastrarse para salir de su escondite.
Reconoció la voz de André, el jefe guardias de seguridad de George, quien
aparte de eso podía considerarse su «mandadero» y secretario a medio tiempo
debido a que era en quien más confiaba, aunque no lo consideraba su amigo, solo
un empleado leal. Medía dos metros de altura y quién sabe cuánto de ancho, lo
seguro es que a Dominic siempre le había parecido un orangután.
—Su hija no se veía muy feliz —comentó.
—No importa, tú ya sabes qué hacer. La boda será en tres
semanas, no voy a esperar que Evangeline tenga oportunidad de escaparse
—susurró con una mirada fría—. Cuatro días antes de la boda, ni más ni menos.
Evangeline asistirá quiera o no.
—De acuerdo, señor —dijo con voz monótona. George era un
gran jefe, aunque no estuviera de
acuerdo con la mayoría de sus decisiones.
Dominic se arrastró pasa salir de su escondite en cuanto oyó
que la puerta se cerraba de nuevo, corrió hacia la puerta trasera de la casa,
que daba a la cocina, para escabullirse hasta la sala, su madre ya debía estar
buscándolo.
—¡Suéltame! —protestó el infante tratando de zafarse. El
hombre lo inmovilizó tranquilamente—. ¡André, suéltame!
—No creo que quieras que tu madre se entere que estuviste
espiando. ¿Qué acaso tu madre no te enseñó que espiar está mal? —inquirió
burlón—. De hecho no solo está mal, ella se pasa la vida tratando de que
crezcas como un niño normal, muy lejos de la influencia de George, y cuando no
te dicen andas escuchando a escondidas cosas que no te corresponden.
—Eres el mandadero de George, no mi padre —refunfuñó
cruzándose de brazos.
—Eres un niño malcriado —rió jalándole la mejilla. Sacó una
piruleta del bolsillo y se la entregó—. Pórtate bien y no te metas en más
problemas. —Dominic lamió el dulce sin dar muestras de escucharlo mientras se
dejaba llevar.
André, al ser el hombre de más confianza de George,
inevitablemente terminaba encargándose siempre de aquellos temas que George
consideraba relevantes, pero molestos: Evangeline y Dominic. A ella la había
conocido cuando tenía unos trece años, por entonces solo era otro más en el
montón y se encargaba de ser niñero y chofer de las pocas veces en que ella
estaba en casa, algunos fines de semana —en vacaciones de verano solía irse con
sus amigas— hasta aquel en que nunca más se volvió a ir y meses después
apareció Dominic en su vida, logrando por fin una pequeña luz en los ojos de la
niña que solía sentarse en silencio en la parte trasera del auto mientras era
llevada a alguna de las aburridas reuniones
de su padre.
Dominic siempre lo trataba de «mandadero», al menos desde
que había aprendido a hablar, cosa que no había disminuido el cariño que le
tenía por haberlo visto crecer.
—¿Sabes, André? Eres un mandadero…
—Eso ya me lo has dicho millones de veces —murmuró
abrochándole el cinturón.
—Déjame terminar —protestó—. El punto es que eres amable así
que no entiendo por qué sigues trabajando para alguien como George.
—Creo que hemos tenido esta conversación cientos de veces.
Él puede ser un mal padre, un mal abuelo y en general, aunque le da mucha
importancia a la familia, no le da la misma que a sus negocios, así que es un
buen jefe.
—Está bien ¿podrías ir a buscar a mamá? Por favor —pidió.
André se rió y le revolvió el cabello.
—No será necesario, ella ya viene —contestó. Evangeline dio
un suspiró resignado.
—No tienes que llevarnos —musitó.
—Órdenes del jefe —dijo dándole un pequeño empujón en el
hombro para que entrara al auto.
***
—¿Estás seguro de que vas a seguir con esto? —preguntó
Anthony una semana después de que hubiera firmado el contrato.
Jared se frotó la sien con molestia, siempre que le hacía
esa pregunta empezaba a sufrir de dolor de cabeza.
—¿Ya se lo dijiste a tu padre y a tu hermana? —interrogó con
una sonrisilla burlona, sonrío más cuando su mejor amigo colocó una cara de
estar a punto de sufrir un infarto—. ¿Qué, acaso vas a casarte sin decir nada?
—inquirió rodando los ojos—. ¡Imposible! —balbuceó al ver la cara de tremenda
culpabilidad de Jared—. Tienes que estar loco, van a darse cuenta tarde o
temprano, ¿qué les dirás cuando lo sepan, eh?
—Ya sé me ocurrirá algo —contestó moviéndose inquieto en el
asiento.
—¿Qué te casaste en Las Vegas? —bufó Anthony levantándose.
—Pues no lo había pensado, pero es una buena idea.
Anthony se fue a la cocina rodando los ojos. Jared aprovechó
para dirigirse a la habitación de invitados. Se quedó en la puerta sin poder
hablar al ver la chica que dormitaba en la cama. Escuchó como algo se rompía.
—¿Qué acaso esa no es…? —Anthony se apresuró y lo cogió por
la espalda, le tapó la boca con una mano y lo sacó, cerró la puerta con cuidado
y terminó de arrastrarlo hasta la sala—. ¡Anthony! —llamó enfadado al ver que
su amigo se iba a la cocina.
—Cierra la boca —replicó hablando en susurros—. Y sí es ella
—renegó al notar el tonó que había usado.
—Dijiste que no querías volver a saber nada de ella, que la
odiabas, que era una traidora… —Anthony lo calló con impaciencia.
—Sé lo que dije, pero me pidió ayuda y bueno…
—¿Y la ayudarás después de lo que hizo? —balbuceó
estupefacto. Anthony lo observó impasible.
—Sí —respondió finalmente.
—Y luego me dices que yo soy el estúpido —suspiró—. En todo
caso dime si necesitas desahogarte o que alguien te vigile cuando te
emborraches porque ella te clavó el cuchillo en la espalda.
Anthony se encogió de hombros, conteniéndose de replicarle.
—¿Sabes? Somos unos idiotas con las mujeres —susurró Anthony
y su amigo se echó a reír.
1 Plumas:
Ooohh que bien, si que son idiotas con las mujeres ^^ Me gusta el "mandadero", parece amable. Ya suponía que la reacción de Evangeline sería ruidosa, ¿que hará Jared con ella? Estoy deseando descubrirlo.
Un beso
Publicar un comentario