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miércoles, 16 de marzo de 2011

Capítulo 26: Verdades y mentiras

Christopher tragó grueso al colgar el teléfono, agradeció que fuera él quién contestó, porque si Aranel se daba cuenta, probablemente le daría un ataque.

—¿Te pasa algo? —preguntó David que estaba en el departamento y se había fijado que su primo no hacía más que morderse la uña—. Christopher —llamó cogiéndole por el hombro.

—Erika —musitó volteando a verlo con expresión torturada—. Está desaparecida —susurró débilmente y se giró su cabeza cuando la puerta se abrió. Dio un gran suspiró cuando notó que era Jonathan.

—¿Cómo qué desapareció? —inquirió David sin creérselo.

—No está —balbuceó aturdido—. Al parecer desapareció en medio de la noche. Creyeron que Aranel tenía la culpa. Ya que siempre se está escapando para verla, pero es imposible, ella salió con Mailen.

—¿Y? Supongo que ya le avisaron a la policía —comentó encogiéndose de hombros y revisando los papeles que su mejor amigo había traído.

—¿No lo entiendes, David? —bufó Jonathan molesto. Tenía las manos empuñadas y es que a veces el que su amigo se abstrajera en su tonta búsqueda lo volvía insensible—. La única familia que le queda a Nel es su hermana.

—La destruirá —tartamudeó Christopher tapándose la cara con frustración—. La razón por la que no se rindió la última vez fue por su hermana, pero sin Erika no sé qué va a pasar.

David pareció comprender, pero no habló más en toda la tarde, siguió con lo suyo mientras Christopher se propuso ocultarlo a su compañera de piso por el mayor tiempo que pudiera.



Aranel estaba extrañada por el comportamiento de su amigo, pero como tantas otras veces no le dijo nada, sabía que Christopher en ocasiones estaba raro y nunca lo juzgó, aunque tenía una mezcla de frustración, culpabilidad y ansiedad.

Mailen seguía insistiéndole con que la acompañara a la cena con su familia. Erika no la llamaba ni le contestaba el celular, lo que empezaba a molestarle, su hermanita nunca dejaba pasar un día sin acosarla por teléfono. De igual forma sólo quedaban dos días para el viernes.



El mayor caminaba en círculos por la sala, revolviéndose el cabello. David lo observaba con indiferencia.

—No sé qué hacer. No hay rastros de su presencia por ninguna parte de la ciudad. He tenido que mantener a Aranel el secreto, usando mis poderes en sus tíos para que no le digan nada, pero tengo que decírselo antes de que sea viernes —balbuceó con ganas de golpear a alguien.

—No necesariamente, podrías usar tus poderes con ella —replicó bostezando con aire aburrido.

—Mis poderes no funcionan con ella —replicó con el ceño fruncido. Molesto consigo mismo por ese hecho y con David por ser tan insensible e idiota—. Tarde o temprano tendré que decirle que Erika está desaparecida —aceptó resignado.

—Que Erika qué —susurró una voz desde la puerta.

Christopher sintió que el corazón se le detenía cuando vio a Aranel, aunque no tanto como a ella al escuchar sus palabras. Su cara era un poema, entre la palidez, el ceño fruncido y las lágrimas que pugnaban por salir. Se acercó rápidamente hasta ella y fue a tocarla, pero ella negó y se alejó tratando de mantener su respiración controlada y no llorar.

—¿Desde cuándo? —inquirió con un nudo en la garganta.

—El lunes —contestó y ante la respuesta Aranel comenzó a dar señas de tener un ataque de pánico.

Chasqueó sus dedos y la chica cayó en brazos de su primo.

—¿Qué hiciste? —exclamó histérico.

—Sólo la dormí —bufó con desdén.

Christopher quería empezar a gritarle, pero primero debía encargarse de su amiga.



Erika miraba ceñuda al chico, sentadita quietecita en la cama, tampoco era que se pudiera mover mucho teniendo manos y pies atados. Estaba aburridísima, Alejandro no le había hecho nada, pero lo veía muy alegre y sonriente de aquí para allá, cogiendo cosas de los estantes y llevándoselas a la sala.

—¿Cuándo vas a dejarme ir? —inquirió desesperada.

—Tranquila por eso, muy pronto haré lo que tengo que hacer contigo —musitó palpándole la cabeza como si fuera un cachorrito—. Además, si lo que quieres es regresar con tu hermana, morirá junto con tus amigos y luego seguirás tú —comentó riendo maliciosamente.

—Eso es lo que tú crees, eres patético y no lograrás hacerles daño —masculló a punto de morderlo.

Él se fue dejándola sola de nuevo. Se acostó en la cama. Aquella casa impedía que sintiera la presencia de su hermana y que ellos sintieran la de ella, lo cual empezaba a molestarle porque no sabía si estaban bien, tenía la esperanza de que fuera así ya que Alejandro no dejó la casa en ningún momento, lo que sí pasaba era que venían muchos monstruos que la observaban como una golosina.



Mailen llegó al departamento sintiendo pesadez. Se sentó y se tiró a la cama cada vez más débil, dejando que aquel presentimiento que llevaba teniendo desde hace días la hundieran en un profundo sueño.



Todo estaba totalmente negro, ella sentada en medio de la oscuridad de su mente mientras las imágenes de ella con su familia pasaban como una película, sentía lo mismo que aquella vez cuando sus padres y hermano murieron. Como se perdía en sí misma, el hecho de que su corazón latía aún sintiendo que estaba partido… deseaba poder detenerlo, sólo para no saber que estaba sola.

—¿Entonces te vas a quedar quieta? —preguntó esa voz que solía molestarla cuando se hundía en sus problema—. Tu hermana aún está viva, puedes salvarla —aseguró saliendo de la oscuridad. De nuevo la chica de cabello y ojos miel con el vestido blanco estaba frente a ella, aunque esta vez parecía furiosa.

Se abrazó a sí misma. No quería escuchar, se sentía cansada, no quería despertar y descubrir que Erika no estaba, no quería recibir una llamando avisando que simplemente nunca iba a volver.

—Eres débil —gritó y la voz retumbó en medio de su mente—. Siempre te haces la fuerte, pero cuando nadie te ve te hundes, lo mismo pasó cuando tus padres se fueron —bufó—. Deja de ser ridícula y levántate de una buena vez —exclamó y comenzó a zarandearla con desesperación—. No sólo actúes —protestó.

—¡No quiero! ¡Déjame en paz! Vete, no quiero escucharte —exclamó alejándose de ella con las mejillas húmedas.

La chica masculló algo que no entendió y volvió a hablar.

—Bien, ríndete —susurró y se fue dejándola sola.

Dejó que las lágrimas escaparan. Nunca le gustó llorar, se sentía tonta, pero tampoco podía evitarlo, por eso lo hacía cuando estaba sola o hundida en su mente.

 

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