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domingo, 27 de febrero de 2011

Premios y una sorpresa

Gracias a: "Quiero llorar para olvidarte" y "May's Places"


1. No me va bien en lo deportes, para este año el plan es mejorar eso.
2. A veces peleo mucho con mi hermana, no porque no la quiera, simplemente diferencias de opiniones.
3. Para dormir tengo que inventarme un cuento en la cabeza o no me duermo.
4. Amo el chocolate *-*, pero suelo pedir de Brownie cuando compró helado porque es demasiado dulce y me cansa, pero si han probado Nucita, yo muero por una de esas.
5. Ahora trabajo en un one-shot de de los queridos hermanitos Abiatti (Lease Lizzie y Nico)
6. Soy bastante (muchísimo, demasiado a veces) sensible y a sí me han dicho algo me hago la loca que no me pasa nada cuando salgo y me voy posiblemente sea para llorar o insultarlo a solas.
7. A veces siento que no encajo, pero es normal... creó.

Pasarlo a 15 blogs
Lo que hay detras de esa cara dibujada
Splash
Tardes de olvido
Erzengel: Palabras al viento
Sumergida en mis historias
Project Ogamu!
Sólo son mis letras
Alexandra
Luego pongo el resto que voy de corrida XD


Gracias a "Alexandra" por este premio
Debe pasarse a diez blogs...

Una pequeña sorpresa


Muy pronto pondré una mini historia de los hermanitos Abiatti (Nico, Lizzie) que consta de tres capítulos, de los cuales están escritos do y medio XD. La historia se llama "Los celos de hermanos también causan daño" (debió ocurrirseme un nombre más corto).


Resumen:
Elizabeth odia a cualquier chica que se acerque a su hermano en plan «más que amigos». Hará hasta lo imposible para alejar a cualquier arpía de su hermano —como siempre ha hecho—, pero cuando las cosas se salen de control y Nico se enamora no le importara aplastar los sueños, ilusiones de dicha chica.


Los celos porque alguien les quite al querido Nico se salen de control en los hermanos. Lograran su cometido de alejar a Kim, pero también le romperán el corazón a Nicolay.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Capítulo 23: Aliados

Los presentes en la sala aún no se podían creer lo que les reveló aquella niña de ojos verdes, ni siquiera Christopher que la conocía de más tiempo y, su amigo de toda la vida, Bryan.

Sin embargo, eso explicaba el porqué tenía aquel antiguo libro, o el que a veces se sintiera esa presencia en ella. Siempre había sabido que la infante tenía poderes, incluso le enseñó a usarlos con Bryan, pero no sabía que fuera por eso.

David todavía miraba a la niña con expresión confusa, no procesaba que si esa niña era «rarita» —como había creído hasta ahora—, era por él mismo. Porque hace mucho le había dado un poco de su poder a un persona para que protegiera a la que quería, Catherine, cuando él no estaba.

La niña por su parte les observaba con una sonrisa juguetona; Jonathan, con gesto desinteresado y aburrido, lo llevaba sospechando desde hace tiempo.

—¿Quién murió? —preguntó Aranel cuando los vio, además podía sentir el aire tenso.

—¡Nel! —gritó su hermanita a todo pulmón y se bajó de un salto para abrazarse a ella.

—No pasa nada, nadie murió —contestó sonriendo y le cogió la mano.

—Vale, ¿te has escapado? —inquirió. Por la maleta tirada al lado de la puerta podía deducir que se quedaría, pero estando entre semana su hermana tenía clases, sus tíos debían estar cuidando de ella no se creía que la dejaran quedar. Erika le lanzó una mirada nerviosa a Christopher.

—No, yo la traje —balbuceó él—. Mañana la llevaré al colegio así que puede quedarse.

Aranel asintió dudosa y se fue a la habitación.

—Nos vamos —anunció David cansado—. Vendré mañana para que nos ayudes.

Jonathan se despidió y fue tras su amigo. Aunque más que nada era porque tenía ganas de ir con Mailen.



Miró el teléfono atentamente, dudando sí llamar o no. Sabía que ella le contestaría, pero desde que dejó Londres no volvió a hacerlo. Ahora debía tener una vida y se había olvidado de él, se alegraría mucho si fuera así, pero necesitaba ayuda, aunque no era justo intervenir ahora.

Suspiró y marcó el número. Uno, dos, tres pitidos…

—¡Hola! —saludó la alegre voz al otro lado de la línea—. Así que te acuerdas de los viejos amigos y por fin te dignas a llamarme.

—Lo siento —contestó con culpabilidad.

—¡No te preocupes! —replicó ella rápidamente para no hacerlo sentir culpable, mientras vigilaba a su novio que jugaba con el hijo de su prima—. ¿El motivo de tu sorpresiva llamada? —interrogó con una enorme sonrisa viendo como el niño le regó un vaso de agua encima a su compañero de juegos.

Iba a decirle la verdad, pero escuchó que alguien la llamaba «linda» muy bajo y ella protestaba sobre que estaba ocupada y que ya iba burlándose.

—Sólo quería saludar —respondió titubeando arrepintiéndose al instante por haber llamado, se alegró por ella, así que la dejaría en paz, ya vería cómo arreglárselas—. ¿Cómo están las cosas por allá?

—Muy bien —contestó feliz. Unos gritos empezaron a distinguirse desde atrás—. Debo irme, tengo un problema con mi sobrino postizo —comentó y colgó.

Suspiró resignado y tiró el celular a la mesita de noche para dormir.



Mordía el borrador del lápiz con insistencia, el chico de enseguida no hacía nada más que repiquetear los dedos contra el pupitre y la ponía nerviosa. Sospesó sus posibilidades, estaba en medio de un examen; si hacía ruido el profesor la sacaría de la clase —sabía que le tenían manía desde que hace un tiempo y no desaprovecharía la oportunidad de ponerle un cero—. Trato de mentalizarse para sopórtalo…

«¡A la mierda!» se dijo a sí misma y dio un manotazo a la mesa de su compañero, el maestro volteó a verla cuando el chico del susto se cayó al suelo.

—Afuera —ordenó. No necesitó repetírselo, ya estaba recogiendo sus cosas. Con toda la dignidad y orgullo que poseía dejó su hoja encima del escritorio y salió antes de que dijera que lo tenía perdido.

Cerró la puerta de un portazo y se encaminó a la cafetería, a esa hora estaba vacía por lo que no tuvo que hacer fila para comprar. Pidió un café.

Rebuscó entre sus bolsillos y la maleta para pagar, se había dejado la billetera en la casa, fue a disculparse, pero vio que una mano deslizaba el dinero sobre la barra.

—Te lo pagaré cuando llegue a casa —prometió porque no le hacía gracia deberle un favor.

—No me importa el dinero. Me debes una —comentó David dando media vuelta para irse, pero una mano en su hombro lo detuvo.

—Prefiero pagarte. ­­­­—David sonrió con cinismo, no necesitaba dinero.

—Irás al cine conmigo, hoy —agregó cuando ella iba a protestar.

—Bien —respondió con frialdad, porque aunque no quisiera no le gustaba tener cuentas pendientes—. Vamos de una vez, lo único importante que tenía era el examen y ya me echaron. —Terminó de beberse el café y botó el vaso de poliestireno expandido a la basura.

La siguió tranquilamente, la verdad no sabía por qué había elegido pasar la tarde con ella, tal vez así averiguaría qué era lo que le llamaba tanto la atención como para haberla besado dos veces.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Capítulo 22: Conociendo el enemigo

Sus ojos se abrieron cuando sintió aquel impulso, se levantó de la cama de un salto, se puso los zapatos y cogió su camisa.

—Jonathan, nos vamos —exclamó entrando a la sala y se encontró a su amigo con Mailen, ambos muy acaramelados en el sillón. Rodó los ojos con fastidio y de dos zancadas lo agarró por el brazo jalándola hacia la puerta. Su hermana quedó con las mejillas rojas mientras salían—. Sé que dije que no me molestaba, que me alegro que tengas novia y eso, pero no me gustaría escuchar a mi mejor amigo y mi hermana en plan cursi.

Tosió incómodo y se zafó para arreglarse la chaqueta esperando que la puerta del elevador se abriera para salir. Aquellos minutos fueron los más largos para ambos, ninguno sabía muy bien qué decir frente a lo que había pasado.



El hombre sonrió con malicia debajo de la capucha que ocultaba su rostro, mientras veía como sus contrincantes caían al suelo de rodillas, agotados, a penas se sostenían por medio del mango de la espada. Los cadáveres de las bestias se encontraban sangrantes y esparcidos alrededor, mientras los pocos sobrevivientes estaban detrás de aquella persona.

Con la ropa hecha jirones y respirando entrecortadamente lo observaban desafiantes.

—Patéticos —burló mostrándose finalmente. Ambos reconocieron de inmediato los ojos chocolates de Alejandro. Jonathan lo observó con furia—. Vaya, han decaído muchos sus poderes en esta vida ¿eh? Hasta el punto en que una niñita ha tenido que estarlos ocultando y protegiendo. —Negó con la cabeza como si en verdad estuviera decepcionado, suspiró y se acercó a ellos.

—Eres un maldito —gruñó David intentando levantarse, pero haciéndole presión en el hombro lo envió de vuelta.

—Soy fuerte. Tú y tu amigo, débiles, apuesto a que ni has podido encontrar a tu noviecita. ¿Cómo es que se llamaba? —musitó con una mueca pensativa— …Catherine. Tan cerca y no la ven…

—¡Aléjate de ella! —exclamó a punto de echársele encima—. No dejaré que le vuelvas a hacer daño —aseguró.

—¿Cómo vas a impedirlo cuando ni siquiera puedes defenderte a ti mismo? —inquirió burlonamente—. Además el angelito no me importa, la verdad tu hermana está mucho más linda... —Jonathan que había permanecido callado se levantó de un salto para atacarlo.

Alejandro chasqueó los dedos con fastidio y el novio de Mailen salió volando, pero en medio del recorrido el viento lo rodeó y lo dejó en el suelo.

—Parece que aún tienen protector —comentó a la nada. Dio media vuelta y desapareció.



—Idiotas —farfulló Christopher terminado de curarlos. Se encontraban en el departamento del mencionando, el cual estaba de muy mal humor y no dejaba de echarles en cara la estupidez que cometieron al enfrentarse solos a Alejandro.

—¿Sabías quien era? —inquirió David reprimiendo los quejidos de dolor.

—Me di cuenta hace unas semanas. Bryan nos mantenía alejado de él, pero como no entendía el porqué tuve que averiguarlo —respondió con nerviosísimo. Tarde o temprano su primo explotaría porque no se lo dijo.

La puerta se abrió con un golpe seco. Erika entró corriendo con la mochila rosa pegando saltos en su espalda.

—¿Qué haces aquí? —inquirió Christopher dejando a los chicos confundidos.

—Tengo un pequeño problema —respondió tirándose al piso, le tocó subir las escaleras corriendo y esos ni siquiera le ofrecían un vaso de agua, suspiró y se preparó para hablar—. Las criaturas vienen hacia acá y ¡están demasiado cerca! —exclamó lo último, estaba muy alterada, la sola idea de que por atacarlos a ellos le hicieran algo a su hermana la alarmaba.

—Lo sabemos —habló Jonathan—. Alejandro es él que ha estado enviándolos.

—Sí, sí, sí —alabó la niña y dio palmaditas aunque les lanzó una mirada sarcástica—. Eso lo sé incluso hace más tiempo que Christopher. ¿Quién creen que fue el que los estuvo ocultando todo este tiempo? —Sacó por fin un viejo libro de su maleta que dejó a los presentes con la boca abierta.

—¿De dónde sacaste eso? —interrogó David al acercársele para arrebatarle el objeto, pero la niña fue más rápida y lo esquivó. Abrió el libro donde estaba un cordel que separaba las páginas y se la mostró a los demás.



Maldijo por lo bajo cuando la lluvia comenzó a caer y fue a ocultarse en una tienda que estaba abierta, una librería. Se internó entre los estantes repletos, justo en sección de fantasía.

—Enana —llamó una voz desde su espalda.

—Tú no —susurró al ver a la chica de cabello rojo y ojos marrón.

—Sabía que me tenías aprecio, pero no lo exageres —replicó con sarcasmo negando con la cabeza. Frunció el ceño.

—¿Qué haces aquí? No recuerdo que estudiaras, incluso en la biblioteca del colegio estaba prohibida tu entrada —comentó sonriendo con malicia.

Jaqueline se encogió de hombros y cogió el libro que buscaba. Lo miró con melancolía, como si sus ojos escudriñaran hasta el último rincón, quizás deseando que el libro le dijera algo.

—Era el favorito de Bryan —balbuceó Aranel al ver la portada, sin notar la mirada de Jaqueline.

—Lo sé, aunque el de él era de la primera edición. —Ambas se sumieron en el silencio.

El timbre de su celular sonó, pero al contrario de despertarla sólo logró hacer que recordara.



Estaba en aquel escenario, con aquellos ridículos tutus que la obligaban a usar, además de ser rosa. Se fijó en los asientos del frente, seguían vacíos, intentó seguir el ritmo de la música, pero la preocupación creció, sus padres y hermano nunca faltarían a alguna de sus presentaciones.

Suspiró resignada y siguió con su rutina hasta que las cortinas se cerraron.

Aquel día su mundo se acabó, desde el momento en que su celular sonó hasta que chocó contra las tablas del suelo rompiéndose, supo que estaba sola.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Capítulo 21: Más y más recuerdos

Corrió. Simplemente corrió como si su vida dependiera de ello. Sentía que se ahogaba. Necesitaba alejarse de todo, olvidar. Dejó que las lágrimas corrieran libres por sus pálidas mejillas. La tristeza la embargaba y el dolor lastimaba su pecho. Se tropezó y cayó el suelo pero no le importó no quería levantarse. Lloró, como nunca lo había hecho

«¿Por qué?» repetía incesantemente en su cabeza. Su padre había decidido que era hora de casarla, no le sorprendía, pues era mayor, debía casarse, pero aun así, no quería, no con alguien a quien no conocía y tampoco amaba.

Se levantó, soltándose el cabello usualmente peinado en un moño alto, dejó que cayera como una cascada sobre sus hombros, quitó su vestido quedando solamente que el que usaba cuando escapaba de casa al bosque. Siempre le había gustado el bosque, se sentía diferente, especial, que nada arruinaría su vida. Su vestido de tirantes le llegaba hasta las rodillas; corrió descalza, sintiendo la tierra húmeda y el pasto entre sus dedos.

Llegó hasta un pequeño río. Se sentó con un árbol detrás de ella, abrazó sus piernas y hundió su cabeza entre ellas. Continuó llorando. Lo que deseaba era desahogarse. Huyó después de recibir la noticia. Quería estar sola, alejarse de aquel lugar que durante años no había sido más que una prisión, una jaula que nunca la dejó volar libre. El bosque siempre había sido su refugio, nadie iba ahí y no tenía que aparentar o mentir.

—¿Por qué lloras? —preguntó una voz a sus espaldas, sobresaltándola—. Lo lamento, no quería asustarla.

—Largo —ordenó sin levantar la cabeza.

—Una joven tan bella no debería llorar —susurro aún más cerca la voz—. Creo que se vería mejor con una sonrisa en su rostro.

—¿Qué no entiendes? Vete—replicó molesta haciendo un intento por limpiar el rastro de su llanto.

—No. —Sintió el murmulló en su rostro y por fin miró a su interlocutor. James la miraba con embeleso, como si no hubiera visto nada más hermoso en toda su vida—. No debes llorar. —Llevó su mano al rostro de ella para secar las lágrimas.

Se levanto de donde estaba sentada y empezó a caminar por el bosque, él la siguió, se apoyó tras un árbol viendo al chico un poco más lejos.

—¿Qué es lo que quieres? ¿No entiendes que no quiero verte? Quiero estar sola —gritó con furia.

—La soledad no es buena compañera, podría cometer un error —musitó tranquilo acercándose al roble, pero ella lo rodeó para escapar de él—. ¿Por qué huyes? —interrogó curioso.

—No huyo. No le temo a nada —farfulló orgullosamente.

—Entonces, ¿por qué llorabas?

—No te importa —contestó encogiéndose de hombros.

—Me parece muy extraño que derrames lágrimas si no vale la pena. Dime —pidió acercándose sin que ella se diera cuenta. La atrapó por detrás y la obligó a girarse.

—Suéltame. —Se removió inquieta en los brazos del chico

—No hasta que me digas por qué llorabas —dijo abrazándola más fuerte

—Siempre he vivido en una prisión, una jaula, me han cortado las alas aún sin volar. Quiero ser libre, quiero volar —gritó con lágrimas en los ojos. Tomó la camisa de él y la arrugó con sus manos, sollozando.



Se despertó sudando. Últimamente los sueños —mejor dicho recuerdos—, se hacían cada vez más frecuentes, algo estaba mal. Era increíble que los tuviera tan seguido.

Se levantó de la cama con pereza, se sentía agotado, maldijo el momento en que decidió usar ese hechizo. Lo peor es que Jonathan le dijo que no funcionó. Tanto esfuerzo para nada.

—No deberías moverte aún —reprochó una vocecita desde la puerta.

—¿Desde cuándo eres mi conciencia? Creí que eras mi amigo —susurró débilmente y emitió un quejido cuando las fuerzas le fallaron y cayó a la cama.

—Eres muy terco y…

—¿Te gusta mi hermana? —preguntó directamente para distraerlo y Jonathan de sonrojó—. Me late que incluso ya comenzaron la sesión de besos.

—Somos novios —tartamudeó nervioso. No sabía si a su amigo le iba a parecer mal.

—Felicidades… Supongo. —Bostezó y se estiró en la cama para alcanzar su celular. Se extrañó al ver un número desconocido—. ¿Le has dicho lo que somos? —inquirió dejando a un lado el celular mientras pensaba quién rayos podía tener su número, no se lo había dado a nadie desde que llegó a la ciudad… tal vez sólo fuera un equivocado.

—No, pero tarde o temprano se lo diré —contestó. David asintió—. De verdad la quiero —confesó.

—Ya era hora que olvidaras a esa chica. Creo que pondré una barrera, cada vez los ataques están más cerca de este edificio, creo que nos buscan —comentó cambiando de tema. Jonathan asintió cansado.

—Aún estás débil, lo haremos en cuanto te recuperes. —Chasqueó la lengua con fastidio, ya era bastante malo estar así, encima tenía niñera…



—Te digo que está loco —musitó Erika dando vueltas alrededor de Christopher.

—Lo que digas.

—Eres desesperante —balbuceó la niña muy molesta frunciendo el entrecejo. Él la estaba ignorando descaradamente mientras hablaban, ella odiaba que le hicieran eso.

—Sabes, mejor me voy con Nel —gruñó infantilmente y corrió a la sala donde estaba su hermana. Se abrazó a la pierna de la mayor, que la miró confundida pero no le dijo nada.

Erika se soltó y se sentó al lado de su hermana, dejando que su cabeza reposara en su regazo. Aranel siempre le transmitía la seguridad que necesitaba, era la única familia que tenía y nunca dejaría que le pasara algo. Suspiró y rozó sus dedos con la mejilla de su hermana mientras sonreía.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Capítulo 20: Huir, volver y recordar…

Desde aquel día en las escaleras, Christopher evitó hablar con David. No se sentía muy seguro de lo que estaba pasando a su alrededor y mucho menos sobre Aranel, por lo cual se había ido a casa de sus padres. Se sentía culpable porque en el fondo —de alguna manera— llegó a buscar a Catherine en su amiga. A pesar de que eso había sido de manera inconsciente, no era algo que ella se merecía, en realidad, ninguna de las dos, se parecían, no podía negarlo, pero ambas eran personas completamente diferentes a la vez.

David ni siquiera intentó a cercarse a Aranel, y ella no hizo nada para hablar, ya le caía bastante mal y el que intentara alejarse era lo mejor que podía hacer. Estaba cansada que cada vez que se encontraran pasara algo parecido, no era el primer beso entre ambos y el fastidio por aquellas insignificantes cosas comenzaba a notarse hasta por los poros, lo mejor era no verlo.

—Cálmate —susurró una vocecita desde el rincón de la habitación mientras Erika daba golpeaba su lápiz contra la mesa de madera.

—Tú lo dices porque eres el que ordena mientras yo tengo que cuidarlos a todos —replicó la niña—. ¿Por qué acepté hacer esto? —preguntó a la nada.

—Porque eres una niña buena… —La infante le fulminó con la mirada antes de que se atreviera a decir algo más.

Bryan rió y decidió que lo mejor sería irse o le pillarían, se despidió de su hermana con una sonrisa y desapareció. Erika suspiró, le encantaba estar con su hermano y a veces preferiría que no se marchara, pero las cosas debían ser así… él era lo que era y ella… ella también.


Aranel estaba en una de sus clases, contando los minutos para que el aburrido profesor dejara de hablar. Cuando por fin lo hizo se levantó y salió del salón de clase sin despedirse de nadie. Tenía que ir a trabajar.

Escuchó el sonido de un claxon. Christopher le sonrió desde el auto. Algo sorprendida se acercó con paso seguro, aunque sin responderle la sonrisa, ella no sonreía.

—Creí que estabas en casa de tus padres —comentó subiéndose y revisando alguna cosa en su celular.

—Lo estaba —contestó empezando a conducir—. Tuve que regresar.

—¿Por qué? —interrogó con curiosidad.

—Trabajo.

El resto del camino fue en silencio, hasta donde ella sabía su amigo no trabajaba y aquello no hizo más que confundirla más, pero no preguntó nada, la curiosidad era algo que sabía controlar muy bien.


—¡Maldición! —gruñó David cuando una de aquella horribles criaturas le mordió la pierna. Era de noche lo cual de dificultaba bastante la visión.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Jonathan al verlo.

—Estoy cansando —contestó. Juntó energía en sus manos, sabía que si hacía aquel hechizo quedaría débil y su amigo tendría que llevarlo a casa, pero al menos ahuyentaría todas las criaturas y podría alejarlos.

—¡Estás loco! —gritó el chico cuando vio lo que estaba a punto de hacer—. ¡En el estado en que estás podría matarte! —reprochó, pero era demasiado tarde, el hechizo estaba completo. Se tapó los ojos con las manos cuando una gran luz se extendió por el callejón.

Una figura encapuchada sonrió al ver aquello y protegió los monstruos que había invocado. Así todas aquellas criaturas resultaron ilesas y continuaron allí, el hechizo de David fue por nada.

Jonathan se apresuró a proteger a su amigo con un escudo mágico cuando vio aquella persona.

—Tu amigo es un idiota. —Soltó una carcajada al decir eso y ordenó a las criaturas atacar.

Sin más opciones, Jonathan pasó un brazo de David por su cuello y luego de acumular la energía suficiente desaparecieron.


Christopher miró sorprendió aquella explosión de luz, reconoció uno de los ataques de David. Tras un breve destello dos personas aparecieron frente a él envueltas en humo y con manchas de sangre.

—Ayúdanos —tartamudeó Jonathan antes de caer al suelo inconsciente.

Suspiró resignado y extendió la palma de su mano para curarlos. Agradeció mentalmente que Aranel estuviera con Mailen en el cine.


Sentía que su corazón estaba siendo estrujado por una fuerza invisible, su respiración se convirtió en un jadeo, las piernas le fallaron y cayó al suelo. Mailen se agachó a su lado preocupada. Cerró los ojos y se hundió en su mente.

Allí estaba de nuevo, en aquel barranco que su mente le decía conocía, la misma chica apareció frente a ella, pero esta vez no le pidió que se dejara caer, señaló detrás suyo y cuando volteó se quedó sorprendida al ver que había varias personas en el campo y parecía que estaban en medio de una lucha.

Observó confundida.

—Se acaba el tiempo —susurró la voz de la chica en su oído—. Se te está acabando el tiempo —repitió extendió la palma de la mano sobre su cabeza y tras un destello abrió los ojos.

—¿Estás bien? —interrogó Mailen al ver que su respiración volvía a la normalidad.

—Sí —contestó.


Cerró la puerta del departamento y miró a todos los que estaban en la sala.

—Hola —murmuró desde la puerta. David estaba dormido en uno de los sillones. Jonathan y Christopher charlaban, pero se callaron al instante—. Me voy a mi habitación —musitó caminado por el pasillo con una mirada de desconfianza.

Cerró la puerta tras ella y se tiró a la cama. Los recuerdos fluyeron como si fueran un río que estuvo estancado.


—Hola —saludó Mailen con una alegre sonrisa al verlo. Jonathan se la devolvió—. ¿Y mi hermano? —inquirió al ver que no venían juntos.

—Se quedó con Christopher —respondió nervioso.

La chica asintió y fue a retirarse, pero sintió como Jonathan le jalaba el brazo.

—Siento lo del otro día —balbuceó.

—No importa —replicó y fue a irse, pero Jonathan la abrazó y le dio un beso en la mejilla y se fue dejándola aturdida y completamente confundida.


—Eres un idiota, James —refunfuñó la chica mientras lo curaba. Emitió un quejido cuando ella apretó su brazo más de la cuenta. Le regaló una sonrisa burlona y ató la venda con un nudito.

—Tienes poca delicadeza y eso que tienes la apariencia de una muñeca —comentó riendo. Le dio la espalda para alejarse de él—. Eres una niña caprichosa —susurró viéndola irse.

—Tú un burro terco y no te digo nada —reprochó observándolo ofendida.

—Me lo estás diciendo ahora. —Se enfado al ver que tenía razón y le echó agua con un balde. Sonrió con altanería cuando él la fulminó con la mirada.

—Eres un idiota —repitió y se fue.

—Aún tienes que enseñarme los alrededores —dijo. Se volvió a él con absoluto odio, algo que le decepcionó, creía que se llevaban mejor, pero se equivocaba.

 

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