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miércoles, 6 de abril de 2011

Capítulo 29: Pasado

Volteó la cabeza para ver aquel grupo de personas tras él. Esbozó una sincera sonrisa de agradecimiento al verlos. Todos lucían expresiones serias y serenas, aunque su vieja amiga tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Pero mira cómo estás! —exclamó tirándosele al cuello ignorando a sus amigos y la luz que provenía de ellos, ésta llegó al cielo y se extinguió tan rápido como llegó para caer en forma de un pesado velo que los apartaría del peligro hasta que hicieran planes, en lo cual no podía demorarse mucho tiempo—. Eres un idiota, supe que había algo sospechoso desde que me llamaste —rió con alegría y le dio un beso en la mejilla.

—Gracias —balbuceó aturdido cuando ella le tendió una espada. Reconoció de inmediato la empuñadura, el grabado en la hoja y el destello que tuvo al estar expuesta a la luz de la luna. Pasó la mano por ella admirado, era como tener de vuelta un viejo amigo, más que por ser un arma le tenía infinito cariño por ser un recuerdo.

«Algo que debo guardar bajo cerrojo en mi memoria» pensó de inmediato al ver a su hermana que era cogida en brazos por un preocupado Jonathan.

Aranel miraba aquel grupo de extraños, eran unos veinte por lo menos, con ropas fuera de lo normal; algunos con alas de dos metros en su espalda, sus rasgos eran delicados y preciosos, pero todo eso quedaba en el olvido con las expresiones estoicas que mostraban. La mayoría, eran los que no tenían alas, lucían en su manos espadas de una longitud considerable. Fijó sus ojos en la chica rubia y de ojos verdes que tenía abrazado a David, se le hacía conocida, pero no entendía por qué.

—¿Te encuentras bien? —interrogó Christopher acariciándole la mejilla.

—¿Tú? —inquirió sorprendida. Abrió sus ojos aún más al notar lo que colgaba más debajo de sus hombros. Sus ojos normalmente grises resplandecían de color plateado—. No —protestó incrédula y se alejó de él—. ¿Qué rayos eres? —balbuceó a duras penas con la sangre corriendo a toda velocidad por sus venas y golpeándole en la sien. Apretó los parpados con fuerza, empezaba a dolerle la cabeza y su corazón golpeaba tan fuerte que le impedía respirar correctamente, aunque su amigo no pareció darse cuenta porque empezó a hablar.

—Soy un ángel —contestó tranquilamente—. Nací bajo una forma humana hace tiempo y cuando renací esa parte de mi esencia se conservó demasiado bien —musitó con algo de irritación.

Aranel le miró con una ceja enarcada cuando el dolor cesó. Puso especial atención a sus palabras, había algo que a Christopher le molestaba con eso de ser ángel.

—¿No te gusta serlo? —interrogó recuperando aquella frialdad que desarrollo luego de la muerte de sus padres y hermano. Le lanzó una mirada inquisitiva tratando de averiguar algo, pero por más que conociera a Christopher nunca lo había visto en su forma real, y los ángeles sabían esconder muy bien sus sentimientos.

Él esquivó su mirada y le cogió el brazo para dirigirla hacia atrás, necesitaba enviarla a casa, no podía permitir que una persona más muriera por su culpa, mucho menos si era Nel, que era como su hermana, ya había perdido una no ocurriría de nuevo.

—Jonathan —llamó. Él volteó a mirarlo—. ¿Cómo está Mailen? —preguntó de inmediato.

—Bien —respondió con una sonrisa de oreja a oreja—. Los tuyos se han encargado de sacarla del estado de hipnotismo, aunque intentan averiguar cómo lo hizo por si acaso tiene una conexión todavía.

Christopher asintió con una mueca de molestia. Detestaba ser un ángel, lo odiaba desde que sus poderes se manifestaron por primera vez.



El niño miraba con horror las plantas marchitas a su alrededor. ¡Eran las favoritas de su madre y él las mató!

—Yo no quise hacerlo —exclamó asustado de que su padre fuera a enfadarse con él. Estaba tan molesto, su madre se había ido, los dejó solos a él y su hermanita, ella aún era tan pequeña y no podía defenderse del mundo. Sollozó al pensar en su mamá. La vida le parecía muy injusta, su madre era una buena y amable, su hermana era pequeña y él, aunque siempre dijera que había crecido, la necesitaba.

Las flores fueron las culpables de que su madre muriera, si a ella no le gustara regarlas no la habría picado aquella serpiente.

—Sabía que esto pasaría tarde o temprano —musitó el hombre sin rastro de enfado en su voz, sólo el dolor de la perdida—. Tu madre me lo advirtió. Debes irte —susurró suave para que no se alterara.

—No quería hacerlo, papá —repitió con los ojos húmedos—. No quiero irme, no me separes de ti y Catherine —rogó agarrándose con fuerza a sus pantalones.

—Lo siento mucho por ti, Armand —dijo con sinceridad—, pero no puedes quedarte, si lo haces en algún momento le harás daño a Catherine, debes aprender a controlarte y es algo que no puedo enseñarte. Debes ir con los tuyos —balbuceó finalmente. Se fijó en aquella sombra que apareció de la nada con la específica misión de llevarse al pequeño—. Ellos te cuidaran —habló a modo de consuelo soltándose del niño y dejándolos solos. Sintiendo como una parte más de su corazón se partía, primero su esposa y luego su hijo—. Regresa cuando no seas un peligro.

Armand ya no escuchaba, estaba demasiado ocupado llorando y rogando a su padre para que no lo obligara, odiándose porque si no podía quedarse con su familia nada tenía sentido.



Siempre le había dicho «Los suyos», pero no se sentía parte de los ángeles él se crio en la tierra y cuando se lo llevaron ni siquiera pudo despedirse de Catherine, algunas veces le permitían verla, pero no eran más que uno o dos días; para cuando regresó a quedarse definitivamente su hermanita era mayor y estaba a punto de ser entregada en matrimonio.

Por esa razón había hecho un trato, sabía que eran pocos los ángeles que permanecían en la tierra, aquello era en casos extremos, como el de él que su madre lo tuvo con un humano y sólo era mitad y mitad, lo habían dejado vivir ahí, pero la regla ordenaba que luego de que la verdadera esencia se manifestara debían servir a la humanidad.

Por esa razón, cuando pudo usarlos, hizo un trato con los más ancianos, trabajaría como ángel de la guarda, al principio su protegido era Bryan, pero al morir su mejor amigo quedó a cargo de Aranel. Aunque era algo mucho más allá de trabajo cuidarla, la quería, por eso lucharía, no porque tuviera que hacerlo.

Fijó su vista en David y en Aranel. No lo odiaba, James amó a Catherine y durante el poco tiempo que estuvieron juntos fueron felices, pero… no quería que se enamorara de los recuerdos; Nel valía demasiado aún con aquel humor de perros que tenía en ocasiones.

 

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