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miércoles, 23 de febrero de 2011

Capítulo 23: Aliados

Los presentes en la sala aún no se podían creer lo que les reveló aquella niña de ojos verdes, ni siquiera Christopher que la conocía de más tiempo y, su amigo de toda la vida, Bryan.

Sin embargo, eso explicaba el porqué tenía aquel antiguo libro, o el que a veces se sintiera esa presencia en ella. Siempre había sabido que la infante tenía poderes, incluso le enseñó a usarlos con Bryan, pero no sabía que fuera por eso.

David todavía miraba a la niña con expresión confusa, no procesaba que si esa niña era «rarita» —como había creído hasta ahora—, era por él mismo. Porque hace mucho le había dado un poco de su poder a un persona para que protegiera a la que quería, Catherine, cuando él no estaba.

La niña por su parte les observaba con una sonrisa juguetona; Jonathan, con gesto desinteresado y aburrido, lo llevaba sospechando desde hace tiempo.

—¿Quién murió? —preguntó Aranel cuando los vio, además podía sentir el aire tenso.

—¡Nel! —gritó su hermanita a todo pulmón y se bajó de un salto para abrazarse a ella.

—No pasa nada, nadie murió —contestó sonriendo y le cogió la mano.

—Vale, ¿te has escapado? —inquirió. Por la maleta tirada al lado de la puerta podía deducir que se quedaría, pero estando entre semana su hermana tenía clases, sus tíos debían estar cuidando de ella no se creía que la dejaran quedar. Erika le lanzó una mirada nerviosa a Christopher.

—No, yo la traje —balbuceó él—. Mañana la llevaré al colegio así que puede quedarse.

Aranel asintió dudosa y se fue a la habitación.

—Nos vamos —anunció David cansado—. Vendré mañana para que nos ayudes.

Jonathan se despidió y fue tras su amigo. Aunque más que nada era porque tenía ganas de ir con Mailen.



Miró el teléfono atentamente, dudando sí llamar o no. Sabía que ella le contestaría, pero desde que dejó Londres no volvió a hacerlo. Ahora debía tener una vida y se había olvidado de él, se alegraría mucho si fuera así, pero necesitaba ayuda, aunque no era justo intervenir ahora.

Suspiró y marcó el número. Uno, dos, tres pitidos…

—¡Hola! —saludó la alegre voz al otro lado de la línea—. Así que te acuerdas de los viejos amigos y por fin te dignas a llamarme.

—Lo siento —contestó con culpabilidad.

—¡No te preocupes! —replicó ella rápidamente para no hacerlo sentir culpable, mientras vigilaba a su novio que jugaba con el hijo de su prima—. ¿El motivo de tu sorpresiva llamada? —interrogó con una enorme sonrisa viendo como el niño le regó un vaso de agua encima a su compañero de juegos.

Iba a decirle la verdad, pero escuchó que alguien la llamaba «linda» muy bajo y ella protestaba sobre que estaba ocupada y que ya iba burlándose.

—Sólo quería saludar —respondió titubeando arrepintiéndose al instante por haber llamado, se alegró por ella, así que la dejaría en paz, ya vería cómo arreglárselas—. ¿Cómo están las cosas por allá?

—Muy bien —contestó feliz. Unos gritos empezaron a distinguirse desde atrás—. Debo irme, tengo un problema con mi sobrino postizo —comentó y colgó.

Suspiró resignado y tiró el celular a la mesita de noche para dormir.



Mordía el borrador del lápiz con insistencia, el chico de enseguida no hacía nada más que repiquetear los dedos contra el pupitre y la ponía nerviosa. Sospesó sus posibilidades, estaba en medio de un examen; si hacía ruido el profesor la sacaría de la clase —sabía que le tenían manía desde que hace un tiempo y no desaprovecharía la oportunidad de ponerle un cero—. Trato de mentalizarse para sopórtalo…

«¡A la mierda!» se dijo a sí misma y dio un manotazo a la mesa de su compañero, el maestro volteó a verla cuando el chico del susto se cayó al suelo.

—Afuera —ordenó. No necesitó repetírselo, ya estaba recogiendo sus cosas. Con toda la dignidad y orgullo que poseía dejó su hoja encima del escritorio y salió antes de que dijera que lo tenía perdido.

Cerró la puerta de un portazo y se encaminó a la cafetería, a esa hora estaba vacía por lo que no tuvo que hacer fila para comprar. Pidió un café.

Rebuscó entre sus bolsillos y la maleta para pagar, se había dejado la billetera en la casa, fue a disculparse, pero vio que una mano deslizaba el dinero sobre la barra.

—Te lo pagaré cuando llegue a casa —prometió porque no le hacía gracia deberle un favor.

—No me importa el dinero. Me debes una —comentó David dando media vuelta para irse, pero una mano en su hombro lo detuvo.

—Prefiero pagarte. ­­­­—David sonrió con cinismo, no necesitaba dinero.

—Irás al cine conmigo, hoy —agregó cuando ella iba a protestar.

—Bien —respondió con frialdad, porque aunque no quisiera no le gustaba tener cuentas pendientes—. Vamos de una vez, lo único importante que tenía era el examen y ya me echaron. —Terminó de beberse el café y botó el vaso de poliestireno expandido a la basura.

La siguió tranquilamente, la verdad no sabía por qué había elegido pasar la tarde con ella, tal vez así averiguaría qué era lo que le llamaba tanto la atención como para haberla besado dos veces.

1 Plumas:

tres de tres dijo...

q pasara en el cine¿?!!
estoy deseando leer mas ;)
1Bsoo

 

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