Christopher no hizo el menor esfuerzo por ayudarlos a planear, se limitaría a seguir órdenes porque no tenía más velas en aquel entierro que Aranel, era la única que le importaba… también estaba su prima, pero de eso se encargaría Jonathan. Maldijo aquel velo que le impedía usar sus poderes, los hechiceros tampoco podían, y no poder enviar a su prima y mejor amiga a la ciudad.
—¿Entonces ella es la famosa Aranel? —cometo una vocecilla desde atrás. No tuvo necesidad de voltearse, sabía quién era, aún podía distinguir el tono alegre y un tanto chillón de su vieja amiga.
—Sí —respondió con simpleza. Aranel fijó sus ojos de nuevo en aquella chica rubia de ojos verdes, tenía una sonrisa juguetona mientras la observaba.
—Cloe —presentó tendiéndole la mano con una sonrisa—. Un gusto conocerte de nuevo, princesa —burló. Frunció el ceño ante aquello, detestaba que le dijeran cosas por ese estilo.
—Mi nombre es Aranel —replicó sin responder al saludo y se fue de allí. Cloe esbozó una sonrisa aún más grande, era tal y como la recordaba.
—Ni lo pienses —musitó Christopher con frialdad. Hizo un mohín, pero no desvió su vista de la de cabello miel.
Fue acercándose al lugar donde estaban los ángeles y guerreros reunidos, sabía que no la dejarían entrar, tampoco le importaba hacerlo. Lo único que le preocupaba era regresar a casa para averiguar el paradero de su hermana Erika, sentía que estaba ahí, en algún lugar, tenía una pequeña y minúscula esperanza que no entendía de donde venía, pero podía sentirla, escuchar su voz, no en la cabeza, en el corazón, como si le llamara.
Cerró los ojos y sus pies se dirigieron a un lugar que conocía, se sentía pesada y liviana a la vez. Sus extremidades no le respondían, pero se movía.
—Nel —llamó Jonathan al ver que iba al bosque—. En unos minutos empezará el ataque y el velo debe estar rodeado, cuando se alce, humana o no, te atacarán. Ve con Christopher, él te enviará a casa en cuanto la protección acabe —musitó con desconfianza hacia el lugar que se dirigía. Asintió con lentitud, saliendo del trance, clavó sus ojos en la oscuridad que estaba más allá de lo que ella podía ver.
Dio media vuelta y se alejó.
Seguía de rodillas, una gota de sudor le corría la sien, pero no podía moverse, si los ancianos lo notaban se iban a enfadar mucho, sobre todo luego de haber protestado contra ellos y gritarles por no decirle que Catherine era su hermana, aunque ellos sólo mostraron confusión ante la acusación. Un movimiento en falso y estaría acabado por los que se suponía eran sus aliados.
—Es un mocoso insolente —masculló uno de ellos. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y aquella expresión estoica que solía conservar desapareció hace mucho rato, casi al momento en que llegaron, luego de que protestara contra ellos.
—Sigue siendo un niño —replicó el más anciano con aire imperturbable. De aquellos que estaban reunidos su presencia resaltaba—. Humano, con o sin magia, sigue siendo un niño —acotó—. David, levántate —ordenó impasible a las miradas furiosas de algunos del consejo. Hizo un gesto de mano para acompañar sus órdenes—. Ve a prepararte, no olvides nuestro trato —dijo antes de que cerrara la tienda tras él.
—Eres un blando —renegó el otro—. Sé que nos ha hecho favores, pero no justifica su comportamiento, aunque todos los humanos con poderes mágicos suelen creerse más que los demás, aún entre los suyos; por eso tenemos problemas con Alejandro, nos confiamos y terminó usándolos para el mal. Igual eso pasa por dárselos —dijo finalmente con resignación y molestia al ver que el viejo no lo escuchaba, y se alistaba para irse. Con un último destello de luz los ángeles desaparecieron junto con el velo.
Fue cuestión de milésimas de segundos que los monstros se abalanzaran contra ellos.
El grupo de ángeles estaba reunido en un círculo, con Mailen y Aranel en el medio, para protegerlas mientras Christopher las enviaba devuelta a casa.
—Nos vemos de nuevo —burló Alejandro esgrimiendo la espada con maestría. David no sonrió, en su rostro no había menor atisbo de emoción que indicara que estaba molesto.
Ambos se conocían desde hacía mucho tiempo, en otras vidas, el estilo de pelea era más o menos el mismo. Alejandro hablaba mucho y siempre con aquel tono burlón, esperando distraerte y que alguno de los monstruos acabara contigo, siempre cerca y dispuesto a sacrificar la vida por él o atacar por la espalda, pero sabía que siempre daba el golpe final; los demonios podían hacerle una que otra herida, pero Alejandro no iba a dejar que la gloria se la llevara una sucia bestia.
Destellos de todos los colores fulguraban en el campo de batalla. Muchos eran hechizos en conjunto para contener y acabar los monstruos, que no dudaban en hundir los dientes y garras en sus contrincantes. El cielo, junto con el prado, empezaban a mancharse de sangre, a pesar de que fuera sólo una batalla daría el final a la guerra que llevaba dándose desde hace décadas.
David no podía permitirse perder, estaba en juego la vida de muchos. Sintió un golpe seco en el pecho al tiempo que se le encajaba la espada de Alejando en el brazo. Ambos tenían varias heridas, aun así seguían peleando. Alejandro con la mirada entre la rabia y la burla.
—¿Por qué luchas, David? —preguntó tratando de darle un golpe—. Tu hermana es la que alguna vez fue tu novia, tan cerca y tan lejos —bufó—. Tu mejor amigo, aún sin saberlo te quito la chica que querías.
—Lo hago por ambos. Mailen es mi hermana, familia. Jonathan seguirá siendo mi mejor amigo, te guste o no voy a vencerte, sólo para tener la satisfacción de encerrar tu alma en el infierno y así nunca regresarás —respondió. Tiró el arma de su enemigo a un lado y se le echó encima dispuesto a encajarle la suya en el corazón.
Podía sentir que la sangre le hervía, el llamado, aquella voz en su cabeza regresó, como siempre lo hacía. Pegó un salto antes de que la luz que la llevaría a casa con Mailen pudiera tocarla, se alejó tan rápido como pudo rumbo al bosque. Escuchó los gritos de los ángeles, más que nada de Christopher, que la llamaban.
La sangre le golpeaba la sien, su corazón latía como loco y seguía corriendo. Llegó a un lugar parecido a una cabaña, el ruido de las espadas y la sangre que se derramaba no se escuchaba, era como si fuera un lugar apartado del mundo. Más allá se encontraba una playa, con el sol iluminando, asemejaba un atardecer, pero sabía que en el campo de batalla la luna estaba erguida sobre el cielo.
—Hasta que por fin —musitó el espíritu de Catherine caminado sobre el agua. Se acercó a ella, el agua le llegaba por los tobillos y a cada paso que daba hacia adelante Catherine daba uno atrás—. Te he estado llamado desde hace mucho rato —protestó con el ceño fruncido—. Es hora —escuchó que le susurraba antes de que el agua la cubriera completamente.
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