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miércoles, 20 de abril de 2011

Capítulo 31: La caída final

La desesperación empezaba a recorrer por sus venas en lugar de la sangre, Aranel había salido corriendo y cuando intentó seguirla algunas bestias aprovecharon su descuido para atacarlo, el resto de ángeles se había dividido y estaban desperdigados por el campo, atacando y defendiendo a quienes podían.

Habían dejado se sentir a Nel, que era lo más preocupante, pero no podía moverse mucho porque continuaban atacando y atacando. Dio un suspiro nervioso y continuó luchando, sintiendo como se le clavaban las garras y dientes de los demonios por andar distraído.

Las heridas sangrantes empezaban a arder, muy cerca de él estaba Jonathan, peleando con algunos monstruos para ayudarlo, estaba tan herido como él, el cansancio y la debilidad empezaba a hacer efecto. Le dio un golpe a Alejandro en el brazo, provocando que la espada cayera, éste se lo devolvió y ambos se enzarzaron en una pelea, tratando de herirse con golpes y hechizos.

Aparecían y desaparecían, tratando de sacar ventaja y tomar desprevenido a su enemigo, tenían diversas quemaduras por todo el cuerpo y algunos trozos de hielo de un intento fallido de Alejandro por congelar a David. Ambos sabían que pelear de esa forma era casi inútil teniendo en cuenta que podían contrarrestar perfectamente el hechizo del otro.



Pudo ver a dos personas saliendo del mar, cogidos de la mano, un hombre y una mujer, él la abrazaba y le robaba besos a cada descuido. Se acercó para poder verles la cara y cuando por fin pudo hacerlo las imágenes pasaron muy rápido, como un flash, y estaba en otro lugar.

Con el corazón a mil por hora vio a las personas ahí, el campo de batalla, la sangre, los gritos, su vista se posó en el chico que luchaba en todo el centro contra otro de su misma edad, sintió una mano en su hombro se volteó sólo para encontrarse con el rostro contraído de tristeza y melancolía de Catherine, que negó con la cabeza con decepción.

—El campo, en tu tiempo, debe estar tan mal como lo estuvo aquella vez —susurró con tristeza.



Alejandro le dio un puñetazo en la cara, se dispuso a lanzarle un hechizo que por fin acabara con David. Escuchó el grito de Jonathan clamando el nombre de su amigo, pero no le hizo caso y dirigió aquel destello brillante afilado directo al corazón de David.

Una luz que llegó desde el bosque, cegando los ojos de todos, incluyendo a Alejandro que desvió la mano por un golpe que le dio David y le clavó el puñal en el pulmón, provocando que escupiera un poco de sangre. La luz se extinguió, dirigió la mirada a su enemigo de nuevo y empuñó el arma, antes de lograr su cometido sintió que lo elevaban en el aire.

—¡Así que por fin has aparecido! ¿Eh, ángel? —gritó a la figura frente a él. Soltó una risotada al ver la expresión de furia de la chica, sus ojos brillaban dorados.

Jonathan aprovechó para acercarse a David e intentar detener la hemorragia. Con algo de nerviosismo pudo cerrarla.

Alejandro permanecía elevado a unos metros del ángel de ojos dorados. Christopher se ubicó a la derecha del ser alado que lo mantenía en el aire; sonrió con malicia y burla, era lo que había estado esperando.

Invocó su espada que fue directamente a la mano de su amo como si la hubiesen jalado, creó un campo a su alrededor interfiriendo el poder del ángel. Christopher se atravesó en su camino, dispuesto a pelear, sus movimientos eran rápidos y ágiles, pero no impidieron que la espada se clavara en sus alas y cayera en picada, donde uno de los monstruos se enzarzó contra él.

—Me alegra ver que tus ojos siguen tan dorados como siempre —sonrió. La chica permaneció impasible ante él, sabía lo que quería. Toda aquella historia se remontaba a la época de Catherine y James.

La madre de ella había sido la protectora del poder más grande y puro entre los ángeles, hasta que se enamoró de un humano y decidió quedarse con él, el poder pasó a su hija Catherine y la marca de que era diferente quedó impresa en sus ojos dorados, cuando los del resto de ángeles eran plateados. Una diferencia que le costó la vida por la ambición de hechiceros oscuros, como lo fue Alejandro en su otra vida... como lo era en ésta.

David, en medio de la inconsciencia y debilidad, entreabrió los ojos dirigiéndolos al cielo, entendiendo todo al final, dándose cuenta de lo torpe que fue. Mailen no tenía los ojos miel, había sido engañado tontamente. La sangre seguía saliendo por el resto heridas, no tuvo más opción que relegarse a la oscuridad de su mente.

La risa hizo eco en el bosque, ella tenía una sonrisa sutil en los labios, trataba de contener las carcajadas, pero era un intento casi fallido. De repente la risa se apagó y sus ojos se mostraron tristes… Él estaba en el mismo campo, con el color rojo manchando las flores que quedaban en pie, con el cuerpo sangrante de Catherine entre sus brazos.

—No te rindas —dijo con sus ojos sumamente tristes—. Hagas lo que hagas, vive tu vida, vívela por ti, por mí, por ambos… Te amo —susurró cerrando los ojos para siempre.

«No» pensó de inmediato, no podía dejar que muriera de nuevo, no por la misma razón, no a manos de esa persona; la quisiera o no, iba a defenderla.

Abrió los ojos, para cuando lo hizo, Aranel tenía las alas manchadas de sangre, pero a diferencia de Christopher que cayó de una sola, seguía volando, a duras penas, pero estaba en el cielo. Erika estaba atrapada entre los brazos de Alejandro, que con una maliciosa sonrisa dirigió la daga a la niña. Esta vez el plan iba en más que herirla por fuera.

Antes de que pudiera hacer algo usó un hechizo de levitación, se abalanzó sobre él, Erika pegó un grito por el susto, Aranel la cogió al vuelo, la colocó en el suelo y regresó para acabar con todo aquello. Todo fue muy rápido ambos peleando contra Alejandro, que en un intento por defenderse iba retrocediendo, cada vez más cerca del acantilado, logró asestarle el golpe final, pero Aranel en un intento por defenderlo terminó herida.

Sus alas blancas estaban desgarradas y al ver que finalmente había vencido se resignó a caer. Dio un último vistazo a aquel cuerpo inerte y sangrentado que fue atravesado con su espada. Alejandro había muerto, por fin.

Sus brazos intentaron alcanzarla, mas le fue imposible.

Abajo le esperaba el mar, no podría sobrevivir al golpe, se impulsó con el viento lo mejor que pudo y alcanzó a tomar su mano arrastrándola hacia él.

—Nunca dejaré que te pase algo malo —susurró contra sus labios.

—No podrás cuidarme siempre —contestó con una flor en su mano, esquivando su beso y llevándola a su nariz.

—No me importa. Haré hasta lo imposible por mantenerte a salvo.

Ella lo observó sin decir nada, pero sus labios se movieron silenciosamente para decir «Todos tienen un límite».

¿Dónde estaban las promesas? Le dijo un millón de veces a Catherine que la cuidaría, en aquella u otra vida, entre los besos y sábanas le susurró que la amaba. En ese momento, teniendo en brazos aquel cuerpo totalmente herido e indefenso se daba cuenta de que no lo hizo antes y tampoco ahora. Ya nada era igual, no era Catherine, la chica caprichosa con aires de princesa; era Aranel, la de sonrisa apagada y los besos con sabor a miel, sonrisas perdidas en el tiempo y lágrimas borradas por la lluvia.

No era una princesa —como siempre le gustó llamarla—, no era un ángel. Ella no quería serlo, era sólo Aranel, la bailarina con el corazón de porcelana rota; él ya no era James, el príncipe, era sólo un chico con una hermana y una familia que no supo valorar.

Es curioso, cuando estamos a punto de morir nos damos cuenta de nuestros errores. Como al estar a punto de chocar con la superficie fría y turbulenta del mar, todos los recuerdos pasan por la mente como una película. O eso era lo que David pensaba al verse en esas condiciones.

La abrazó lo más fuerte que pudo, ocultándola y protegiéndola con sus brazos, agachó la cabeza cuando sintió el agua en su cabeza, no pudo evitarlo y perdió la fuerza, cerrando los ojos y dejando escapar el cuerpo de Nel.

—Te prometo que te amaré y no me iré de tu lado nunca.

—No digas promesas que tal vez no cumplas. La vida da muchas vueltas, sólo limítate a disfrutar. —Una sonrisa fue el único regalo que le dio, porque iba a cumplirlo fuera como fuera.

Promesas incumplidas, rotas… perdidas, porque nunca pudieron cumplirse. No logró protegerla, ella se fue primero de su lado y sólo le quedó el recuerdo de su risa, el aroma a flores y un dolor que lo rompió el corazón.

1 Plumas:

heppie.ideax dijo...

worales, de nuevo fue un gusto leerte esta ves no lei la historia en un solo dia si no en dos por q empese ayer como a las 9 pm y no podia tar toda la noche en la compu si por mi fuera me hubiera kedado pero eso es punto y aparte, la vdd no me esperaba este final pero todo estubo muy bien, me encanto de principio a fin, sabes engancharme en la historia, por dio es la primera ves q encuentro un blog q me me ase soñar en un mundo diferente... sigue asi espero la proxima historia ya terminada, ya q no me gusta leer parte por parte unq no estaria mal

 

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