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miércoles, 19 de enero de 2011

Capítulo 18: Rendirse ante los recuerdos

—Eres un idiota —dijo riendo. Jonathan se encogió de hombros con una enorme sonrisa—. No, detente, por favor —suplicó a punto de llorar de la risa mientras le hacían cosquillas.

—Eso te pasa —contestó dejándola en paz, ya había tenido suficiente—. ¿Saldrás conmigo? —preguntó luego de un rato.

—Sabes que soy novia de Alejandro —replicó frunciendo el ceño.

—Él no te quiere —reprochó con enfado—. Sólo te está usando.

—¿Y tú cómo vas a saberlo? —gritó cansada de las mentiras. Estuvo insistiendo y preguntando, quería saber la razón por la cual su hermano se alejó, por qué le decían que Alejandro era malo.

—Lo sé y punto —contestó esquivando la mirada de la chica.

—No te quiero cerca, aléjate de mí —farfulló—. Eres igual a Alejandro —susurró antes de irse sin esperar respuesta de Jonathan. La verdad era que le gustaba mucho estar con él, era un chico comprensivo y podían hablar de lo que fuera, además siempre estaba para escucharla, pero seguía sin responder a sus preguntas además de que le mentía a veces, aunque lo hiciera por protegerla.

Jonathan observó dolido la puerta. Alejandro era un idiota, sabía que quería acercarse a Aranel, David y él descubrieron eso cuando en una de sus citas, en que la seguía para asegurarse que todo estuviera bien, se encontraron con Aranel y empezó a preguntarle cosas. Dejando completamente de lado a Mailen, quien al parecer se daba cuenta pero trataba de ignorarlo y seguir adelante.



Erika veía a su hermana trabajar desde una mesa algo apartada mientras comía un pastel, ese fin de semana se quedaría en la casa de ella y como la trajeron antes de tiempo no le quedo más opción que llevarla al trabajo. Aunque le iba muy bien, el jefe de Aranel era muy amable y le dijo que podía pedir lo que quisiera.

—¿Ya estás comiendo otro? —murmuró frunciendo el ceño a su hermanita. La niña le regaló una sonrisa angelical.

—Están muy ricos, deberías aprender a hacerlos —comentó a lo que su hermana se cruzó de brazos con molestia—. Me queda claro que no quieres.

—Sí, ya casi nos vamos así que muévete —farfulló antes de seguir atendiendo las mesas. La infante se encogió de hombros y sonrió, pero se le borró en cuanto vio a Mailen y Alejandro entrar a la cafetería, cogidos de la mano, él sonreía y ella lo intentaba, pero podía notar en sus ojos que se encontraba confusa.

Dio un sorbo a su bebida y miró fijamente a la pareja, esperaba que aquella relación se acabara por fin, no le agradaba la idea de que Mailen estuviera con una persona peligrosa y mucho menos que la usara de esa forma.

—Erika, es hora de irnos —dijo Aranel. Asintió y tomó la mano de su hermana mayor.



Se le había hecho tarde de nuevo. Iba a tener muchos problemas por eso, pero lo único que esperaba era no encontrarse con la esposa de su padre. Hasta el día de hoy no comprendía cómo podía haberse casado con una persona así, la odiaba, la odiaba porque sólo era tonto reemplazo de su madre. Esbozó una sonrisa nostálgica al recordarla.

—Catherine —musitó una voz a sus espaldas. Maldijo internamente su mala suerte, esperaba pasar desapercibida y la descubrieron.

—¿Qué? —contestó dando la vuelta con una sonrisa altanera.

—¿Dónde estabas? ¿Sabes la hora que es? ¿No te dijo tu padre que había invitados esta noche? —regañó cogiéndola el brazo de mala manera.

—¡Quítame tus manos de encima! —gritó moviendo su brazo y zafándose—. Puedo hacer lo que me dé la gana, no eres nadie para regañarme —exclamó antes de salir corriendo por los amplios pasillos.

Luego de un rato terminó de alistarse, había cambiado su ropa para que su padre no le dijera nada sobre la «vestimenta adecuada» y esas cosas que siempre la aburrían Se dirigió al comedor y entró sin tocar, a lo cual recibió una mirada de reproche de su padre.

—Ella es mi hija Catherine —presentó levantándose. Se fijó en los invitados, uno tenía la edad de su padre, más o menos, y el otro era un joven un poco mayor que ella—. Ellos se quedarán aquí y le enseñarás el lugar a James —comentó viendo al muchacho quien le sonrió. Iba a protestar, pero se detuvo al observar a su padre que no le anunciaba nada bueno si se negaba.

Asintió respetuosamente y chico sólo amplió su sonrisa.

David miró el techo como si fuera la cosa más interesante del mundo, no sabía a qué venía aquel recuerdo, el día en que conoció a Catherine, ellos se habían odiado mutuamente desde el primer instante, en realidad, ella lo había odiado y a él le gustaba fastidiarla.

—No deberías hundirte en los recuerdos —susurró Christopher el balcón—. La vida sigue —habló con un tono irónico.

—Deja de mentirte, la extrañas tanto como yo. La diferencia está en que no lo aceptas y yo sí.

—¡Sí la extraño! Me siento culpable cada día que despierto y recuerdo que no está, que no sé dónde está —corrigió— y mucho peor al saber que debía protegerla y no lo hice. —Ahogó un sollozó en su garganta y se tapó la cara con las manos—. ¿Es lo que querías escuchar, David? —preguntó viéndolo fijamente.

—Sí, y ¿me ayudarás? —interrogó ansioso. Lo vio encogerse de hombros y aceptar, se había rendido.



—Así que te rendiste y dejaste convencer —musitó Erika desde el sillón cuando entró al departamento. Christopher dio un respingo asustado al ver esos ojos verdes que lo miraban con furia—. Creí que ya lo habías aceptado, pero ahora veo que eres débil —reprochó.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que acepté? —balbuceó sin poder creerlo.

—Yo lo siempre lo sé todo —respondió con aire tranquilo—. Sea como sea, me aseguraré de que no la encuentre. —Se dijo a sí misma en voz tan baja que no la alcanzó a escuchar—. Aunque ahora será un problema, protegerlos mientras estaban quietos era más fácil que cuando empiecen a meter las manos al fuego sin dudar —siguió hablando consigo misma y el mayor la observó como si estuviera loca y prefirió dejarla sola—. ¡Ay, hermano, me gustaría saber cómo hacías! —sollozó dramática—. ¡Parecen niños!

 

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