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miércoles, 15 de junio de 2011

Capítulo 1: Dominic

Jared sonrió con satisfacción, el acuerdo sería firmado la semana siguiente.

Sus ojos grises destellaban radiantes de alegría. Desde que su padre se fue de viaje para tomar unas merecidas vacaciones y conocer el mundo, dejándole la presidencia a él, no se había sentido tan feliz y orgulloso de sí mismo. Su padre siempre decía que estaba listo, pero lograr algo que su padre, no con tanto tiempo en aquel negocio lo llenaba, eran sus propios meritos los que hacían que aquel hombre sentado frente a él diera su aceptación.

George Montagne era un hueso duro de roer. El hombre de unos cincuenta años con cara de en sus tiempos haber sido muy bien parecido por el cabello negro, ya canoso, de sabios y orgullosos ojos azules, era terco, siempre quería la mejor parte —como era obvio entre grandes empresarios—, pero luego de muchas insistencias y arreglos por fin lo consiguió.

No era el trato que él tenía pensado en un principio, pero sí uno bastante satisfactorio.

—Ha sido un placer negociar contigo, O’Conell —dijo su socio levantándose y tendiéndole la mano—. No soy partidario de hacer negocios con muchachos recién salidos de la universidad, pero he de aceptar que me has convencido. Nos veremos la próxima semana, como ya te pedí el trato se firmará en mi casa.

Con una última inclinación de cabeza el mayor se retiró, permitiéndole regodearse de la victoria, aunque claro que no podía dar nada por sentado hasta que estuviera la firma en el papel.

George bien podría echarse para atrás a último momento y…

Espantó sus pensamientos y decidió que era hora de ir a almorzar.

***

—Te lo digo, amigo, te preocupas demasiado. Estás obsesionado con ese acuerdo y empieza a estresarme tener que escucharte —farfulló Anthony frente a él.

Jared bufó porque su amigo era demasiado exagerado. Puede que si estuviera algo nervioso, pero ¿obsesionado? ¡Anthony estaba loco! No entendía por qué George insistió en que firmara el trato en su casa, le dijo que le invitaría a almorzar luego de eso, pero sentía que había algo más.

—Jared ¿me estás escuchando? —preguntó su amigo chasqueando los dedos frente a él, sabiendo de antemano la respuesta.

Pensó en colocar su mejor cara de póker, pero sabía que con Anthony eso no funcionaría, se conocían desde hace demasiado tiempo. Esbozó una sonrisita nerviosa y negó. Anthony dio un suspiró exasperado y se levantó, recogió su abrigo del asiento.

—Entre estar con un obsesivo que no me escucha y poner tiritas en raspones, me quedo con la segunda opción —refunfuñó ofendido y dio un paso para irse, pero tropezó con algo. No alguien—. ¿Qué pasa amiguito? ¿Estás perdido? —preguntó con voz suave al ver al niño de ojos azules y cabello castaño rizado. Ese restaurante se caracterizaba por ser de los más caros y exclusivos de la ciudad, era extraño ver niños, ya que solo iban personas con traje y una enorme cuenta en el banco.

—No —negó el pequeño con una sonrisa encantadora. Uno de los meseros se acercó y con una disculpa se llevó al niño de la mano, directo hacia una de las mesas, donde se lo entregó a un hombre que lo recibió con una sonrisa, si no se equivocaba era el nuevo dueño. Aquel era el restaurante donde siempre almorzaba, era su favorito, y Jared compartía ese gusto, hacía poco había sido vendido, por supuesto que como uno de los clientes recurrentes ya conocía al dueño. Negó con la cabeza y se concentró.

—Me encanta hablar con mi viejo amigo de infancia, avísame cuando regrese —murmuró a modo de despedida.

Jared bufó. Anthony estaba exagerando, decidió al pagar la cuenta.

***

Entró en su casa dando un suspiro resignado al sentir el lugar tan solitario al estar casi vacío —aún no había terminado de comprar los muebles— a duras penas la cocina, su habitación y estudio tenían aspecto de estar habitados. El moderno departamento ubicando en el centro de la ciudad —a diez minuto de la empresa en su BMW, y de los lugares que usualmente frecuentaba— fue un regalo de su padre cuando salió de la universidad, aún no había terminado de mudarse por completo a pesar de llevar varios meses desde que se lo dio, había seguido viviendo en su antigua casa al graduarse.

Ahora iba muy poco, casi nada, ya que su padre estaba de vacaciones, su hermana junto a su esposo e hijo andaban de viaje quién sabe dónde, y aquella enorme casa en donde creció era aún más solitaria que aquel frío departamento.

Usualmente los hombres de su edad debían estar de parranda en algún bar al ser viernes, sería algo que haría con Anthony si su amigo no se hubiera enfadado con él, además el día de mañana tendría otra reunión importante y no quería despertar con resaca.

***

Las rejas dobles se abrieron ante él automáticamente. Un jardinero que pasaba por ahí le dio una leve inclinación de cabeza y continuó su camino.

Bajó del BMW y caminó lentamente hacia la mansión. Su abogado ya debía haber llegado a juzgar por el auto parqueado en la entrada. Se permitió observar la gran mansión de aspecto sobrio con sus paredes blancas, toques de madera y todo al estilo antiguo sin dejar de ser de este siglo. El césped perfectamente cortado, los arbustos podados y las flores enrollándose entre ellas.

Tan contrario al césped jardín de su casa cuando era un niño al estar pisoteado por él y Anthony en sus juegos, los arbustos con manchas de guerras de pintura contra su hermana, las flores cortadas como regalos a su madre. Habían tenido jardineros que arreglaran los desastres que causaban, pero siempre quedaban huellas indiscutibles del pasar de niños.

Sacudió la cabeza, últimamente solía ensimismarse demasiado.

Escuchó un gemido de dolor entre los arbustos. Vio la mansión… probablemente lo estaban esperando, pero decidió caminar al lugar donde escuchó el sonido y revolver los arbusto en busca del causante.

—¡Auch! —protestó una voz infantil. Un niño de unos seis años intentaba sacar un gatito de entre las rosas, pero al parecer el animalito estaba demasiado asustado y tiraba a arañarle, además de que el niño se chuzaba con las espinas de las flores, por lo cual su ropa se veía bastante mal—.Ven aquí, amiguito —animó el niño estirando su brazo.

Jared se preguntó de dónde había salido un niño pequeño con aquel lugar de apariencia tan frío. Probablemente era un intruso a juzgar por su desesperación en sacar el animalito.

—Deberías volver a la casa, dudo que el gato salga de ahí —comentó. El niño dio un respingo y sacó el brazo abruptamente provocando nuevos cortes y gemidos de protesta por el dolor—. Deberías tener más cuidado —reprendió sacándose un pañuelo del bolsillo y limpiándole la sangre. Se fijó en su cara, sus ojos azules, el cabello rizado; el mismo niño del restaurante. Le tomó la mano para llevarlo hacia la casa, ellos sabrían qué hacer con el niño si era un intruso, pero el infante se soltó.

—No puedo irme de aquí sin haberlo sacado —replicó indicando el animalito aún escondido.

—Pues parece que tu amigo no quiere irse, lo mejor será que lo saque el jardinero y tú vayas con tus padres para que te curen —musitó intentando cogerle nuevamente la mano.

—Si el jardinero lo encuentra lo llevara con George y él lo mandará a degollar o lo echará a patadas, en el mejor de los casos —objetó agachándose nuevamente. Jared iba a decirle algo, pero dudaba que el niño lo escuchara—. Vamos, George te matará si te encuentra. No quieres morir ¿verdad? —balbuceó. El animal pareció entenderle porque se asomó con desconfianza. El niño sonrió y lo agarró de una forma no muy agradable, lo cargó a pesar de los maullidos y protestas del animal. El gatito le clavó las garras en el brazo y le aruñó la cara antes de salir corriendo y escabullirse entre las rejas.

—Eso ha sido una locura —reprochó.

—No importa —gimoteó sintiendo el ardor en su cara. Se limpió las lágrimas que pugnaban con salir y lo miró con el desafío pintado en sus ojos azules—. No importa si me ha hecho daño, al menos George no lo mandará a asesinar, todo estará bien —afirmó con su cabello castaño rizado cayéndole por la cara de forma desordenada, su ropa un desastre, la cara llena de polvo y aruñada. Era la viva imagen de la persistencia infantil. Se acachó ante él para que no tuviera que alzar tanto la cabeza.

—Soy Jared O’Conell. ¿Cómo te llamas? —preguntó limpiándole la cara.

—Mi nombre es Dominic Montagne —respondió educado. Se sorprendió un poco por su apellido, debía ser nieto de George, aunque su futuro socio no tenía ni apariencia de ser padre—. Es usted muy amable, pero ya soy un desastre, lo mejor será que vaya a la casa y me dé un baño antes de que mi madre me vea —musitó.

Jared asintió y lo alzó en brazos pese a las reticencias y protestas del niño. Ya estaba bastante magullado, tenía raspones y aruñetazos por todos lados.

—¿No hablas muy raro para tener seis años? —inquirió curioso. El niño lo miró.

—Tengo cinco. No habló raro, las personas que conozco hablan así —objetó enfurruñado.

Jared rió al escucharlo y se quedo callado al ver que a medida que se acercaba nuevamente a la casa se distinguía un grupo de cuatro personas que, a juzgar por la apariencia, parecían asustados.

—Parece que me están buscando —balbuceó el niño con un suspiro resignado.

Una de las empleadas lo vio y corrió hacía él.

—¡Niño Dominic! —exclamó la mujer al verlo, el resto del grupo volteó a verlos. El infante le miró esperando una reprimenda—. Nos ha preocupado mucho, y a penas su madre lo vea se enojara, además ha retrasado al señor. —Tendió los brazos y Jared le pasó el niño—. Supongo que usted es el otro invitado del señor George —dijo y él asintió tranquilo—. Ann lo escoltara hasta la oficina —agregó cuando una de las muchachas se acercó.

—Adiós, señor O’Conell —despidió Dominic con su mano mientras se alejaba en brazos de la empleada.

 

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