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miércoles, 25 de mayo de 2011

Paloma

La nieve formaba un manto blanco, los árboles secos y sin hojas daban la bienvenida al invierno.

El frío se había apoderado de las calles.

Podían verse los niños tirando bolas de nieve entre ellos, envueltos en gruesos abrigos de algodón u otros de piel.

Los autos estaban cubiertos por gruesas capas de nieve al igual que la iglesia, aun así se escuchó el «ding dong» que anunciaba una boda.

Él se encontraba frente al altar esperando poder sellar el amor, unir el lazo con la única que persona que quiere de verdad. Paloma, su Paloma. La alegre chica errante y de sonrisa fácil.

Las puertas se abrieron de par en par, mostrando una chica de paso elegante, envuelta en un fino vestido blanco, tan blanco como la nieve. Su cabello negro como la noche se ondeaba al viento, sus ojos azules como el cielo, sus labios pintados de rojo carmín, dibujaban una sonrisa pícara y dulce, aún le sorprendía como ella podía mezclarlos.

Quedó deslumbrado ante la belleza de la que sería su esposa. Sus labios dibujaron una sonrisa aún más grande; en poco tiempo ella no podría escapar y permanecería a su lado.

—No sonrías tanto, existe el divorció le dijo al oído cuando llegó a su lado.

—¿Romperías de forma tan cruel mi frágil corazón? —interrogó besando su mano, poco le importaba si hacía un show frente a todas esa personas.

Ella volvió a sonreír y cerró sus ojos murmurando:

—No me tientes, aún puedo arrepentirme.

Esbozó de nuevo una media sonrisa, porque a pesar de todo se sentía como a un niño que le dan un nuevo regalo. Todo el esfuerzo había valido la pena. Dos meses exactos tardó ella en aceptar.

Dos meses en la que él la siguió de aquí para allá.


—¿Te casarías conmigo? —preguntó aquella tarde, cuando estaban en el parque comiendo helados.

—¿Casarnos? ¿Para qué? —interrogó ella con su característica sonrisa y los ojos brillantes.

—¿Cómo que para qué? Para estar juntos siempre, compartir todo —respondió exasperado.

—¿Perder así mi amada libertad? No gracias, Raúl. —La observó confundido ante su respuesta. Ella besó los pétalos de una flor y sonrió.


Paloma, una chica extraña de verdad; mientras que las demás mujeres esperaban con ansias el día de su boda. Ella no, lo veía como una cadena.

Ella era una pueblerina que escapó de su vida de campo, a corta edad. No había quien la detuviera. Era una gitana, una cazadora de sueños, una chica sin rumbo en la vida, más que sus pinturas y bailes, siempre con su guitarra al hombro y una sonrisa en los labios. Amaba su libertad más que a nada, tejía sus ilusiones, pintaba su mundo y aun así no albergaba sueños ni esperanzas.

Él, heredero de una importante empresa. Estudió en las mejores escuelas. Siempre obedecía las reglas. Esforzándose por cumplir sus metas, alguien con un rumbo en la vida que no estaba fuera de sus negocios. Prefería pasar la tarde en la oficina a un solitario día en la playa.

¿Entonces cómo acabó enamorándose?

Era sencillo, la había visto en la plaza bailando y cantando. Su movimiento de cadera, su voz musical, sus ojos misteriosos, su sonrisa angelical.

Una mezcla extraña. Pura tentación y seducción.

Se había acercado a ella con la intención de invitarla a algún lugar, pero se negó. Fue así como se propuso conseguirla y terminó amándola. Cayendo en las redes de Cupido y los mares del romanticismo.

Ella no pedía nada, miles de noches se encontraron, millones de veces le dijo «te amo» y aun así nunca le pidió nada, ¿para qué pedir algo que se sabía ya eras el dueño?


—Eres extraña —dijo aquella tarde luego de que ella se negara.

—Aun así me amas, Raúl, aun así —contestó volviendo su mirada al cielo para ver las nubes, como si fuera lo más interesante y guardó silencio. Esbozó una sonrisa de la nada y quedó embelesado al observarla.

Fue incapaz de rebatir ese argumento, ella siempre se escudaba bajo el amor que le demostraba a sabiendas que era verdad y él era incapaz de mentirle.

Se preguntó en ese momento por qué ella veía tanto el cielo, miles de veces le preguntó y sólo contestó que miraba mucho más allá de lo que él podía.


Paloma, no había mejor nombre para ella, con su cabello tan negro como la noche, sus ojos azules como el cielo y aquella sonrisa angelical que te seducía y tentaba cometer pecados. La carne era débil, escuchó alguna vez, no lo comprobó hasta el día que la conoció. Cuando decidió perderse en sus ojos, besar sus labios sería tocar el cielo y pasar cada día junto a ella era la felicidad eterna.

Ahí estaba, ella con su vestido blanco tomada de la mano de Raúl, de traje negro y corbata roja, su camisa de lino blanco y una sonrisa arrogante.

Los invitados a la fiesta pensaban que Paloma no era más que una caza fortunas. No sabían que él le regaló mil flores rojas y un millón de jazmines para que aceptara. Ella perfectamente podía vivir con sus bailes, su sonrisa y la guitarra; algo que él no aceptaba y los demás no comprendían.

Los invitados se iban luego de la fiesta y ella no estaba, había desaparecido.

La nieve caía por montones, conocía de lo que era capaz y tuvo miedo. Miedo a que huyera, a perderla antes de tenerla; cuando escuchó aquel sonido musical de su voz, llamándolo desde el segundo piso.

Su vestido seguía siendo el del matrimonio, blanco y con un escote en V.

Subió rápido a su encuentro y cuando estuvieron frente a frente: la besó, atrapándola por la cintura y devorando sus labios.

Ambos se pertenecían, como la luna al sol, el invierno al verano, lo amargo a lo dulce. Ambos eran uno y a la vez eran nada.

La miró a los ojos al soltarla, ella sonreía, con aquella sonrisa que lo enamoró por primera vez, le brillaban los ojos como siempre, con una pizca de ilusión, un pedazo de sueños, un trozo del corazón.


2 Plumas:

Unknown dijo...

Me encanto. :D
Lo ame, es muy hermoso como lo escribiste.
Espero publiques pronto, besos.

heppie.ideax dijo...

me encanta todo lo q escribes, esmuy ermoso en vdd, leerte es genial...

 

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