La luz que atravesaba la ventana
le daba en toda la cara, sin embargo el calor se concentraba bajo su mejilla,
la palma de la mano, la pierna y la cintura. Abrió los ojos, apoyó la mano y… miró
arriba.
«¡Oh, no!» tragó saliva e intentó
moverse, pero era imposible con Jared agarrándola, entrelazando las piernas con
las suyas. Ahogó un grito en la garganta y se deslizó con cuidado. Debió
haberlo golpeado, debió haber gritado, pero no quería despertar a Dominic, aunque…
Esa no era su casa, no era su cama. Las paredes estaban pintadas de blanco con
dibujos —que a su parecer no tenían ningún significado— entre verdes y negros,
el gran ventanal daba vista a los edificios y las cortinas blancas ondeaban sin
rumbo.
Jaló una sábana y se envolvió con ella, Jared se movió como
consecuencia, se colocó boca abajo, abrazando la almohada con la cara
completamente oculta entre el cabello y la seda roja que cubría la cama. ¡Ellos
no tenían sábanas de seda! Mucho menos roja.
Intentó hacer memoria. Recordaba dejar a Dominic con Paloma
y Raúl, las luces de la discoteca, el olor a cigarrillo, la música demasiado
alta y luego… Nada.
Se mordió el labio al ver que Jared tenía un montón de rasguños
en la espalda, debía habérselos hecho ella porque no había ninguna otra chica
desnuda en la habitación.
Se deslizó por la pared y se tapó la cara con las manos.
Frunció el ceño al reconocer los destellos que lanzaba el anillo de oro que le
rodeaba el dedo, parecía que se burlaran de ella.
Desde el día en que se casó, ella se lo quitó y lo metió en
el cajón de la mesita de noche, consciente de que aquello no era más que una
farsa. Ella y Jared no eran más que dos desconocidos viviendo bajo el mismo techo.
No era solo que su matrimonio fuera una mentira, era que aquel anillo más que
aprisionarle el dedo le ahogaba el corazón. Su madre le enseñó que los anillos
de matrimonio eran una forma de unir a dos personas, no recordaba el rostro su
madre, pero sí sus palabras, era ridículo; su padre se aseguró de extinguir
cualquier pensamiento referente al verdadero amor, en su mundo no existía
espacio para los sentimentalismos absurdos. Rememoró a su madre cepillándole el
cabello y atando las coletas con listones, hablándole con palabra suaves que se
asemejaban a una brisa.
Volvió a observar el
anillo. Jared lo deslizó algunas noches atrás, la misma en que Amelié y Anthony
ocuparon la habitación de invitados. Él no dijo nada, simplemente le cogió la
mano, metió el anillo en su dedo y le besó la mejilla. Ella no se atrevió a
hacer ningún comentario. Jared nunca se quitó el anillo, a diferencia de ella
su decisión fue voluntaria. Claro que… la suya también lo fue, pudo haberse
negado a casarse, su padre le habría regresado a Dominic tarde o temprano,
sabía que quien lo cuidaba era André, George jamás le confiaría la vida de su
nieto a otro, aunque no lo quisiera. André por lo general dejaba que Dom
hiciera lo que quisiera, siempre y cuando se mantuviera bajo su mirada atenta.
Quería tanto alejarse de George, pero luego de casarse esa
pequeña parte suya, que deseaba confiar en alguien más, no fue suficiente para
luchar por la decisión que tomó.
Jared aparentó dormir mientras Evangeline luchaba consigo
misma. Ella se estaba mordiendo el labio, tenía el entrecejo ligeramente
fruncido y no parecía tomar ninguna decisión, aunque demasiadas cosas le pasaban
por la cabeza.
Él se despertó antes que ella, tuvo tiempo de recordar la
noche pasada, no le costó ya que no tomó tanto de aquella mezcla que Anthony
les ofreció. Al principio pensó en matar a su mejor amigo, luego decidió
esperar a ver la reacción de Evangeline. Ella estaba más confusa y aturdida que
otra cosa, sabía que aquellas bebidas no producían dolor de cabeza, siempre y
cuando no se revolvieran con nada más.
Consideró levantarse y hablar con ella, aunque lo mejor
sería que la dejara pensar un rato más, hasta que tomara una decisión o
quisiera armar un escándalo, lo que sucediera primero.
Evangeline se movió hasta el ventanal, abrió la puerta
corrediza y salió al balcón. Tal vez debería decirle que se vistiera, pero la
seda roja contrastaba contra su piel y marcaba cada curva. No tenía nada malo
quererla otra vez ¿verdad? Después de todo era su esposa…
Las sábanas no hicieron ruido cuando se movió, la alfombra
ahogó el sonido de sus pasos, recogió el pantalón y se metió en él sin
molestarse en abrocharlo, llegó hasta el baño y cogió la bata que estaba
colgada ahí, tenía algo de ropa en aquel departamento, después de mudarse se
aseguró de contratar a alguien para que lo mantuviera limpio.
—Lin —musitó. Evangeline dio un respingo del susto, casi
suelta el borde de la sábana que tenía apretado en un puño contra su cuerpo.
Jared sencillamente colocó la bata sobre sus hombros—. Creo que esto te
quedaría mejor —comentó distraídamente.
Evangeline le dio la espalda, metió un brazo dentro de la
manga y con el otro mantuvo la sábana en su lugar, el mismo proceso con la otra
manga antes de dejar que la sábana de deslizara hasta el suelo.
—Gracias —musitó por lo bajo antes de volver a mirarlo sin
mirarlo.
—Lin…yo…
—¿Cómo me llamaste? —preguntó alzando una ceja y cruzándose
de brazos.
—Lo siento, si no te gusta no volveré a decirte así —aseguró
muy serio, aquel diminutivo le salió sin querer. Deseaba que ella confiara en
él.
—No —balbuceó—. No importa.
Dominic esbozó una amplia sonrisa al ver a sus padres en
primera fila, su madre le correspondió la sonrisa y su padre —¡aún no se creía
que llamaba a Jared así!— le guiñó un ojo. Gregory, tirado a su lado en el
suelo, le dio un codazo y señaló la esquina opuesta a donde estaban sentados
los padres de su amigo.
—¡Niños! —exclamó la maestra apurada. Los cogió a ambos del
brazo y los obligó a levantarse, les sacudió el polvo de la ropa con aire
reprobador—. La función empezará en quince minutos y ustedes dos deberían estar
con los demás —proclamó apuntando el lugar donde los niños mayores estaban
demasiado apurados, corriendo de un lado a otro, maquillando a los niños
pequeños que faltaban y terminando de arreglar la escenografía.
Jared se rió al ver a Evangeline tomando fotos sin control,
después de un mes de aquella salida con Anthony las cosas por fin parecían
volver a la normalidad. Evangeline no era fría y distante como al principio,
pero se mantenía alejada de él porque al parecer no confiaba en ella misma.
Dominic no notaba la diferencia, el niño estaba ocupado con
sus juguetes, su amigo, su primo y la atención que recibía por parte de su
familia. No tenía nada de qué preocuparse.
Evangeline se levantó y aplaudió efusivamente. Todos los
niños se cogieron de las manos, hicieron una reverencia y las cortinas se
cerraron.
Una de las maestras los animó a que pasaran a los salones,
donde los niños a los pocos minutos atacaron las mesas de comida y gaseosa.
Entre el mar de disfraces y caritas pintadas, Dom se abrazó a las piernas de
sus padres con una sonrisa de oreja a oreja. Jared lo alzó.
—¡Estuviste genial! —susurró Evangeline besándole la
mejilla. El infante esbozó una sonrisa avergonzada y se rascó la mejilla—. ¿Ya
comiste? —inquirió arreglándole un poco el cabello.
—No —contestó moviendo la cabeza, los rizos volvieron a su
antiguo lugar y su madre emitió un suspiro frustrado.
—¡Dom! —gritó Gregory con su disfraz de zorro aún puesto.
Desde su punto de vista aquel traje le quedaba muy bien a su amigo, Gregory
conseguía convencer a cualquier de hacer lo que quería con sus interminables
monólogos—. Mi mamá quiere tomarnos una foto juntos, claro que es porque yo se
lo pedí. —Jared lo dejó en el suelo y le arregló las orejas de peluche, que se
le estaban cayendo, y les tomó una foto.
Hubiera sido más fácil si Gregory se quedara quieto y sonriera, pero al niño le
parecía una tarea imposible ya que movía los pies, hablaba y hablaba sin parar—.
¿Sabes que el zorro y el lobo se supone que no se llevan bien? A mí eso no me
importa, tú eres mi mejor amigo aunque seas un lobo, claro que solo lo serás
mientras tengamos estos disfraces. ¿Ya? —preguntó Gregory luego del flash de la
cámara. Jared asintió y Gregory arrastró a Dominic lejos de él mientras seguía
hablando.