Un día, sólo eso, un día le había pedido ella; y él se lo concedió, a pesar de que sabía que rompía las reglas; pero ¿ella? con sólo verla su corazón daba un vuelco, claro era solo una mentira porque él no tenía corazón, ni sentimientos ¿entonces por qué era diferente con ella?
—Vienes a llevarme—pregunto una suave voz a sus espaldas, él se giró para encontrarse con la persona que le hablaba.
—Si—dijo viendo sus ojos melados, gracias a la poca luz de la luna que se colaba a través de las cortinas de la ventana.
—Entonces ¿eres la muerte?—preguntó ella con suavidad, acercándose a él.
—Sí.
—No lo pareces. —Ella se fijó en él: parecía de 18 años, sus ojos negros no demostraban sentimiento alguno, su cabello negro estaba levemente desordenado debido a la suave brisa de la noche—. Tus ojos se ven vacíos—dijo acercándose aún más a él—. ¿No tienes sentimientos?
—No—dijo con tranquilidad—. Si los tuviera impediría mi trabajo.
—Es verdaderamente triste—dijo viéndolo fijamente, sin perder ni siquiera un movimiento de él. Lo que hizo que él retrocediera un poco, aquella mirada le daba escalofríos, en ella no había temor a lo que pudiera pasar. ¿Cómo ella sabiendo que era la muerte no le temía?— ¿No me temes?—Ella seguía acercándose. Negó suavemente; pero una mueca de dolor apareció en su pálido rostro e hizo que casi cayera al suelo, si no hubiera sido por un rápido movimiento de él que la sostuvo por la cintura. La ayudo a sentarse de nuevo en la cama.
—Sé que no me harás daño—hablaba con increíble calma.
—Pero sabes lo que te haré—dijo él con duda, mirándola desde arriba.
—No temo a la muerte—respondió con suavidad—. ¿Me dolerá?
—¿Le temes al sufrimiento entonces?
—Tampoco, solo no quiero que me duela. Ya me duele suficiente en vida, no quiero más dolor.
—No te preocupes, no te dolerá—. Ella se levantó de la cama, con algo de dificultad. Entonces llévame, quiero que deje de dolerme.
Tomó su mano, se sentía tan cálida. Por alguna razón dudó, se estaba arrepintiendo de llevársela; pero ese era su trabajo y debía cumplirlo, si él nunca había sentido nada. ¿Por qué ahora si? Era la primera vez que sentía algo como eso, después de todo nunca había tenido sentimientos, emociones, nunca había sentido nada.
—No podre verlos de nuevo ¿verdad?—dijo ella son tristeza.
—No, ¿te estás arrepintiendo?—negó con suavidad; pero aún así pudo ver la tristeza en sus ojos.
—Dime ¿puedo pedir un deseo?
—Si lo tuvieras ¿Qué pedirías?
—Un último día. Me gustaría oler las flores por última vez, despedirme de mi familia y amigos—Soltó su mano y lo meditó un poco, quería dejarla, sabía que no debía; pero por alguna razón quería hacerlo—. Tranquilo, no quiero darte problemas, no importa—cerró sus ojos para contener las lagrimas y tomó de nuevo aquella fría mano, que seria la que la guiaría a la verdadera eternidad.
—Está bien, vendré por tí mañana. —Soltó su mano, para sorpresa de ella y empezó a caminar hacia la salida. Camino de nuevo sobre sus pasos y cogió la mano de ella—. Si te daré un último día, para que disfrutes…—Le tocó la frente con la mano y cayó dormida—. Lo mejor sería que no sintieras dolor—con cuidado la acostó en la cama y salió de allí.
Anduvo por las calles desiertas y sin vida de aquella ciudad. Sólo era una más del montón que tendría que visitar esa noche. Una visita que, aunque le gustaría, simplemente no podía seguir posponiendo. Lo único que le gustaba, de aquel mundo, era la luna; tan brillante e inalcanzable, simplemente prohibida como lo era ´´ella´´. Ahora odiaba su trabajo, antes no le importaba; pero ella ¿Por qué era diferente? ¿Qué tenía que a sus ojos la hacia diferente?
—Es hora—le dijo al oído.
La había observado todo el día, vagando por las calles. No había sido capaz de llevársela en la noche de ayer como le había dicho, dejó que se quedara medio día más. La había visto reír y jugar con sus hermanos más pequeños.
Cerró sus ojos, y le dió un abrazo a su madre; quien se extraño, pero aún así le correspondió a aquel abrazo. De alguna manera su madre sabía que era el último abrazo que recibiría por parte de ella. Todo el día se había estado moviendo de aquí para allá, tan sonriente, tan llena de vida. Una vida que se extinguiría sin duda aquella tarde de verano entra los gritos y risas infantiles. Llegó al jardín, seguida de aquel ángel negro que la llevaría a la vida eterna. Su vestido blanco se movió al compas del viento, mientras que las hojas le regalaban un último vals.
—Estoy lista. —Se paro frente a él—. ¿Qué pasa? —él dudaba aún si tomar su mano.
—Creo que voy a cobrarte por haberte dejado quedar más tiempo del que te dije. —Ella sonrío.
—Esa decisión fue tuya. —Amplio aún más su sonrisa—. Pero igual dejaré que cobres ¿Cuál es el precio?
—Un beso. —Ella no contestó nada y se acerco a él, que la tomo por la cintura y no dudo en adueñarse de sus labios. Fue un beso suave y un poco frio. Al instante el cuerpo de ella cayó al suelo.
Su madre salió corriendo de la casa. Al ver su cuerpo las lágrimas empezaron a salirle de los ojos y la abrazo en un intento desesperado porque su pequeña se quedara con ella.
—Lo siento, mamá. Te amo —le dijo al oído.
—No te escuchará —susurró él—, es hora de irnos. —Ella se levanto y él la abrazo.
Ambos partieron, nadie podía verlos, ella iba acompañada de un ángel negro, uno que le había quitado la vida con un beso.
1 Plumas:
wouuu!!! komo ke la muerte??? vaya! me he kedado más que intrigada...
buen kap! y me gusta komo escreibes XD bueno saluditos!
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