Dom esperó a escuchar los pasos de su madre
en el primer piso para salir de abajo de la cama. Su mamá siempre le estaba
escondiendo cosas, sabía que su papá y ella pelearon, cada vez que preguntaba
por su padre, su madre lo evadía. Ahora sabía el porqué, tenía que reunirlos antes
de que su madre hiciera «algo estúpido» como alegó Paloma por teléfono. Se mordió
los labios, no podía hacerlo solo. Gregory estaba de viaje, Luc era muy
pequeño, Anthony apenas podía moverse, su papá estaba implicado… Posiblemente
Paloma y Raúl podrían, pero acababa de escuchar a Paloma decirle a su madre que
era hora de que tomara sus propias decisiones. No le quedaban muchas opciones.
—Dominic, ¿dónde estás? —preguntó Evangeline
al aire. Esperó pacientemente unos minutos, a veces a Dom le gustaba hacerse el
gracioso, aparecer de la nada abrazándose a sus piernas. Frunció el ceño al no
escuchar respuesta, pero cuando decidió buscarlo el niño asomó la cabeza por la
puerta de la cocina.
Esbozó una sonrisa al verlo con el cabello tan revuelto
como de costumbre—. ¿Tienes hambre? —Dom asintió, aunque no era cierto, debía
distraer a su madre que estaba preocupada, lo sabía porque no dejaba de mover
los dedos sobre las superficies. Evangeline automáticamente se dirigió a la
cocina, acariciándole la cabeza al niño cuando pasó por su lado. El infante
miró los bolsillos del pantalón, buscando algún bulto que indicara que tenía el
celular. Se alegro al no notar nada porque así no tendría que dar explicaciones
por cogerlo, pero debía buscarlo—. ¿Qué quieres comer?
Respondió con un encogimiento de hombros y
fue a la sala, encendió el televisor por accidente al subirse al sillón para
mirar si estaba debajo de los cojines. Su madre dejaba en cualquier lado el
celular cuando estaba con él. Se frustró al no encontrarlo, así que se fue al
piso de arriba con el sonido del televisor amortiguando sus pasos. Tal vez lo
había dejado en la mesita de noche después de hablar con Paloma y no se fijó.
Deslizó el lapicero entre los dedos,
escuchando atentamente la voz al otro lado de la línea, esperó hasta que las
palabras ansiosas y apresuradas se detuvieron, solo entonces se atrevió a
replicar. Movió el lapicero sobre el papel para mantener las manos ocupadas y
no caer en la tentación de abrir el último cajón del escritorio —lo único que
tenía que hacer era estirar la mano—, en más de veinte años jamás lo abrió y no
pensaba hacerlo ahora. Ni siquiera porque su única hija estuviera haciendo un
desastre de su vida, tal y como él mismo hizo con la suya.
André entró al despacho con traje, en el
bolsillo de la chaqueta estaba la corbata, no le importaba, se suponía que era
su día libre así que no tenía derecho a reprocharle nada, además el que no la
llevara o sí no cambiaba nada. Se rascó la barbilla distraídamente. Dom estaba
en la playa con Evangeline, Jared estaba hundido en su trabajo.
—¿Has arreglado todo? —inquirió mirándolo.
André asintió con lentitud, se acercó al escritorio y colocó un fajo de
papeles.
—¿Para qué le propuso ese trato si pensaba
hundirla? —preguntó en voz baja. Se refería a Amélie. George lo observó con
seriedad.
—Estoy haciendo un favor. —André alzó una
ceja y emitió un bufido de incredulidad—. Anthony le dio todo a Jared, pero él
no tiene cabeza en este momento para hacer los trámites, así que me pidió que
lo hiciera en su nombre. La demanda la pondrá él, no yo. Simplemente seré quien
hable con el abogado hasta que él pueda. —Su voz era moderada, las palabras
inocentes, pero André llevaba demasiado tiempo trabajando para George, podía
reconocer la mirada calculadora tras la expresión cuidadosamente en blanco—.
Prometí un lugar seguro, un trabajo estable, que por mi parte no recibiría demandas, no respondo por lo que hagan
otros. —Técnicamente no estaba hundiéndola.
André salió de la habitación negando con la
cabeza, esbozando una media sonrisa. George tenía su propia forma de demostrar
que las personas le importaban. Amélie iría a la cárcel, tanto o más años que
Gustave, pese a los esfuerzos de su familia por sacarlo, saber que su hijo iría
a la cárcel mancharía el apellido, sin embargo no podían hacer mucho, George
tenía negocios con ellos.
George se quedó solo de nuevo, cogió el
teléfono y marcó el número. Jared tuvo que firmar el contrato, Evangeline
aceptar que era lo mejor y confiar en él, debía ser Jared el que no la dejara
escapar. ¿Qué era decir una verdad para mantener los hilos en su lugar?
—¡Vamos, mami! —exclamó Dominic jalándola.
Había sido difícil convencerla de llevarlo, a su madre le gustaba ir al parque
y jugar con él, pero le huía a las multitudes, las ferias eran lugares llenos
de pequeños grupos que apenas podían moverse entre sí para no separarse. Se
maravilló con las luces de colores y tanta comida chatarra que probar, pero
tenía una misión más importante. Movió los ojos por todo el lugar, arrastrando
a su madre por la mano y negándose a subir a los juegos—. ¡Papá!
El grito sorprendió a Evangeline que,
incapaz de reaccionar, dejó que Dom se soltara de su mano y corriera hasta el
hombre que tenía su vida de cabeza. ¿O que la enderezó?
Jared alzó a Dom y le dio una vuelta en al
aire, provocando que el niño riera.
—Mamá y yo te hemos extrañado un montón
—declaró Dominic abrazándose a su cuello.
—¿En serio? —inquirió Jared lanzándole una
mirada extraña a Evangeline.
Ella se lo quedó mirando, sin embargo no
dijo nada porque Dom los observaba con ilusión.
Dominic miró a sus padres y apretó las
manos, ambos voltearon a verlo con sonrisas tensas, a duras penas se hablaban,
podía ser que George hubiera traído a su papá, pero parecía haberlo hecho
enfadar. Se mordió los labios, él no era un niño al que le gustaba llorar,
mucho menos si su mamá estaba cerca, pero en «tiempos desesperados medidas desesperadas» decidió dejando que las
lágrimas le corrieran por la cara. Se sorbió la nariz, lo que llamó la atención
de sus padres.
—¿Ya no se quieren? —interrogó con una voz
lacrimógena y se soltó de la mano de ambos para limpiarse las lágrimas con los
puños. El corazón de Lin se hundió.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Evangeline
evadiendo la pregunta.
—Claro que sí nos queremos —terció Jared
conteniendo el «al menos yo sí la quiero».
Las nubes se cernían para esconder la luna,
así era como se sentía, como si su capacidad de razonamiento hubiera sido
cubierta con un manto. ¿En qué pensaba cuando dejó a Lin marcharse? ¡Sin
decirle que la quería! Negó con la cabeza mientras la miraba acariciar el
cabello de Dom, que ya estaba dormido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —balbuceó
Evangeline al salir de la habitación del niño.
—Te quiero —declaró directamente. A
Evangeline se le cortó la respiración, no se movió del lado de la puerta
mientras Jared seguía hablando—. No pienso divorciarme, si lo intentas va a ser
el divorcio más largo que exista, lo suficiente como para demostrarte cuanto te
quiero —murmuró cruzándose de brazos—. No pienso dejar que separes nuestra
familia.
Evangeline parpadeó, tratando de procesar
las palabras. Sin decidirse a reír de lo estupendo que era escuchar esas
palabras por boca de alguien más, o ponerse a llorar porque era como si a Jared
le hubieran arrancado las palabras de los labios. Quería besarlo para que no
dijera nada más, le dolería menos que no las dijese a que lo hiciera por la «familia».
Se alejó de la habitación de Dom y se fue a
la sala con Jared siguiéndole los pasos.
—Por mucho que quiera a Dom no puedo
pasarme el resto de la vida al lado de una persona que solo me quiere por él
—susurró con la voz rota.
—No hablamos de Dom, hablamos de ti
—masculló.
—¿Y por qué me quieres? —preguntó
irritada—. Me comporté) mal contigo cuando te conocí, luego apenas confié en ti
y ahora planeo pedirte el divorcio —soltó aunque no se veía capaz de hacer lo
último. Quería gritar, pero no podía con Dom durmiendo. Tenía suficiente
con haberse pasado la vida tratando de
complacer a su padre, no quería preguntarse cada mañana si Jared decidiría
dejarla por una mujer que en verdad amara, entonces tanto ella como Dom
quedarían con el corazón roto—. George me dijo que pensara bien antes de hacer
cualquier estupidez. Vine aquí y me di cuenta de que te quiero —musitó alzando
la cabeza y mirándolo a los ojos—, pero…
Jared no la dejó seguir hablando, se
abalanzó sobre ella y la besó. Estaba llevándolo mal desde un principio,
Anthony siempre lo provocó diciéndole que era un romántico, pero estaba
asustado y enojado con Evangeline por querer dejarlo. Lin no creía en palabras,
sino en hechos, pero igual le susurró las razones por las que la quería sin
soltarla.
—Quiero que tengamos una niña, pero que no
se parezca a ti porque eres demasiado terca.
—Te he dicho hace poco que iba a pedirte el
divorcio, ¿qué te hace pensar que voy a tener hijos contigo? —reclamó con la
respiración agitada. No podía creer que una de las cosas que le gustaba a Jared
de ella, según lo que acaba de murmurarle, era que le llevara la contraria—.
¿Qué haces? —protestó mordiéndose los labios.
—Porque yo te quiero, tú me quieres y si lo
pides ya te he dicho que será muy largo, así que tengo tiempo suficiente para
convencerte de que lo revoques —explicó acariciándola—. Me encanta sobrepasar
obstáculos, resolver problemas y ya que el problemas eres tú… —Dejó la oración
a medias. Anthony siempre conseguía de él lo que quería retándolo, por haber
crecido en una familia adinerada y unida las cosas siempre fueron fáciles,
hasta el punto que se dejaba engatusar por
Anthony para hacer travesuras, simplemente para después comportarse bien y
demostrar lo bueno que era.
—Dominic —barbotó Evangeline para hacerle
entrar en razón.
—La solución para eso es que nos encerremos
en la habitación. —Evangeline lo miró como si estuviera loco. Jared la abrazó—.
Te quiero, tú y Dom son mi familia ahora, no quiero perderlos ¿tanto te cuesta
aceptar eso?
Su padre no fue valiente, perdió a su madre
y también a ella y… ¡No quería ser como él!
Besó a Jared porque lo quería, fuera como
fuera él demostró quererla con miles de detalles antes de todo aquel problema.
El miedo se debía a que se volvió tan imprescindible como Dominic, pensar en
perder a su hijo le aterraba, después de aquella noche le daba miedo levantarse
un día y que Jared ya no estuviera a su lado.
Dom esbozó una sonrisa feliz al ver a su
hermanita. Tenía los ojos de su papá, el cabello de su mamá y tan rizado como
él. Al ser tan pequeña no era más que una pelusita ensortijada. Káiser ladró
insistentemente, enojado porque desde que la niña nació su dueño ya no le
prestaba tanta atención. La bebé miró desde el cochecito con una sonrisa al
celoso cachorro, agitó los brazos para atraer la atención de su hermano mayor
con una risa balbuceante.
Dominic suspiró porque Gregory también
aprovechó para hacer acto de aparición, discutía con su primo de nuevo por quién
era su mejor amigo. Era su cumpleaños y por tanto el centro de atención, esbozó
una sonrisa al ver a su familia, era mucho más grande de la que se imaginó en
un principio, pero no la cambiaría por nada.
FIN