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miércoles, 27 de abril de 2011

Epílogo: Sin complicaciones

El viento mecía sus cabellos, era una brisa fresca que lo invitaba a perderse en sus pensamientos, aunque eso lo hacía muy seguido desde hace meses, siempre en la misma rutina; salía de la universidad, hacía sus trabajos y luego… se subía a la azotea, se sentaba en el borde y en la noche bajaba.

Desde ahí podía ver las luces de la ciudad, el constante tráfico, escuchar los gritos de Erika…ya habían pasado algunos meses desde aquella batalla, se podría decir que las cosas siguieron como antes, apenas veía a Aranel —constantemente se trataban mal—, excepto por el hecho de que luego de que al cumplir la mayoría de edad pidió la custodia de su hermanita, mostrando pruebas que lo único que le interesaba a sus tíos era el dinero que le entregaban por ella (si no lo hizo antes fue por miedo a que se la llevaran a un orfanato).

Erika seguía con aquel aire de saber más de lo que decía, su hermano no había vuelto a aparecer; Catherine unió su esencia a la de Nel, ahora aprendía usar los poderes, aunque no se le veía mucho interés.

Él se volvió más perceptivo y abierto, aún con su rutina, se llevaba mejor con su hermana y a Mailen estaba muchísimo más feliz, sobre todo con Jonathan que la mimaba. Decidieron quedarse, más que todo lo hizo por su amigo, quien no hubiera dudado en seguirlo al fin del mundo, si fuera por él seguiría recorriendo el mundo.

—¡Te digo que no es la cantidad, Aranel! —escuchó que protestaba la más pequeña.

—Claro que es así —replicó con enfado la mayor—. Lleva un tazón de chispas —dijo tranquila y agregó dicha cantidad a la olla. Erika se cruzó de brazos refunfuñando.

Intentaban hacer la vieja receta de galletas que preparaba su madre, pero no se ponían de acuerdo en la cantidad de chispas de chocolate que debían llevar. Aranel decía que muchas le darían un sabor hostigoso; Erika que no eran suficientes.

Christopher reía a carcajadas en la sala mientras aplastaba a Jonathan con los videojuegos y oía los gritos de las hermanas en la cocina. Jonathan puso una cara de tremenda decepción, pero sonrió cuando su novia empezó a darle besos por toda la cara. Christopher los dejó solos y se dirigió a la cocina.

—¿Siguen sin decidirse? —preguntó alegre. Aranel volvió la cabeza a él y asintió. Erika aprovechó eso y puso en la mezcla medio tazón más, con una sonrisa de oreja a oreja salió de la cocina dando saltitos. Su hermana mayor se la quedó viendo mientras partía.

Recordaba cuando en medio de la batalla Alejandro la hizo aparecer frente a él, ambas compartían sangre, él quería aprovecharse de eso para controlarla a su voluntad o simplemente chantajearla, el plan le salió mal porque Aranel era un ángel y su hermana… su hermana era demasiado rara, tenía poderes porque fueron un obsequio —de James— en su antigua vida, pero aún seguía sin comprender como funcionaban y su hermanita prefería mantener el misterio y no estaba dispuesta a preguntárselo a David.

Metió las galletas al horno y repiqueteó los dedos contra el mesón, nunca tuvo paciencia. Al pasar diez minutos y darse cuenta que al reloj aún le faltaba demasiado, pidió a Mailen que las sacara por ella. La chica asintió medio distraída, daba gracias que el horno tuviera una alarma lo bastante aguda como para volverse insoportable.

Subió las gradas a la azotea. David seguía en la misma posición que lo dejó horas antes —cuando Erika empezó a alborotar con su deseo por las galletas y se vio arrastrada abajo— sentado en el borde del edificio, apoyado contra la caseta por la que entró, un lapicero retráctil en la mano, que hacía el molesto ruido al ser hundido una y otra vez.

—Vas a resfriarte —reprochó sentándosele al lado. Él giró la cabeza para mirarla, con pereza, fijando aquel iris azul como el cielo en los miel.

—No tiene mucha importancia, le diré a Jonathan que me curé y asunto arreglando —murmuró volviendo a mirar el cielo.

Ella bufó, le dio un golpe en el brazo —desesperada por el ruido del lapicero— y aburrida por la respuesta, por la fuerza se escapó de su mano.

—Me debes un lapicero —comentó cruzándose de brazos.

—Eres un idiota —gruñó ella y se levantó dispuesta a irse. Sintió un jalón en el brazo, cayó sobre David, que rió en su oído y le robó un beso—. No soy Catherine —repitió ella con el ceño fruncido, justo como la primera vez que se besaron luego de la batalla.

—Lo sé —contestó como aquella vez y la besó de nuevo. Ella le correspondió, podía ser un idiota, pero le gustaban sus besos.

Erika interrumpió con pasos apresurados, dejó la bandeja y les regaló una sonrisa antes de bajar las escaleras dando saltitos y que su hermana la regañara. Aranel se acomodó a un lado de David, con las galletas en medio, estiraban la mano para agarrar una con aire distraído, cuando se acabaron dejaron sus dedos entrelazados, el olor a chocolate aún se percibía en el aire. Ambos se quedaron en absoluto silencio… con el cielo tiñéndose de colores, sumado a las nubes grises que se acercaban.

Era imposible no recordar aquel día, porque el cielo —para cuando los sacaron del agua— estaba entre rojo y gris (justo como ahora), con una ligera capa de llovizna. Luego de caer al agua, sentir que las fuerzas le fallaba, el aire era escaso y que no era capaz de patalear para tomar aire —su cuerpo estaba entumido y adolorido—; sólo atinó a abrir los ojos una vez más, estirar su mano y tomar la de ella.

El ruido del chapuzón, un jalón en su brazo fue lo único que distinguió en el letargo, la mano de Nel había sido reemplazada por una que lo devolvía a la superficie, logró tomar una gran bocanada de aire mientras era sostenido para no hundirse.

—Eres un debilucho —bufó la voz alegre de Jonathan. Esbozó una sonrisa al sentir el hechizo de levitación que su amigo hizo para volver a tierra firme. Jonathan le pasó un brazo por los hombros para ayudarlo, vio que —luego de que Alejandro falleciera— los ángeles ahuyentaron a los demonios que quedaron en pie, que al estar sin control se atacaban entre ellos.

Tuvieron que usar hechizos para limpiar el campo, hacer crecer las flores de nuevo… ni mencionar aquella reunión con los miembros del consejo de ángeles. Dio un suspiro resignado y sintió un apretón que lo regresó a la realidad. Esbozó una sonrisa, no esperó que ella se la devolviera, porque sabía que no lo haría. Le robó otro beso.

Ella sabía a lágrimas, a miel, a ausencia de sonrisas. Aranel hizo un intento por sonreír. Él era un idiota y lo seguiría siendo, sin importarle si la quería o no.

Todo seguía igual, los viernes una caminata por el parque que terminada con aquella banca y un perro caliente, algún que otro beso robado, un buen insulto y un golpe. Porque él no era de regalar flores, ella no las recibiría porque le parecía tremendamente cursi y estúpido.

James fue romántico; Catherine, soñadora. Ellos eran todo lo contrario a lo que fueron, por eso no había juramentos de amor eterno, se limitaban a vivir al momento… tal vez en algún punto no fuera suficiente, tal vez se hiciera aburrido y decidieran dejarlo, pero por ahora se conformaban con caminar tomados de la mano, los besos robados; sin «te quiero» y mucho menos «te amo». De una forma tonta y retorcida ambos sabían que no se traicionarían. Ella prefería no complicarse la vida y él lo aceptaba.

FIN

miércoles, 20 de abril de 2011

Capítulo 31: La caída final

La desesperación empezaba a recorrer por sus venas en lugar de la sangre, Aranel había salido corriendo y cuando intentó seguirla algunas bestias aprovecharon su descuido para atacarlo, el resto de ángeles se había dividido y estaban desperdigados por el campo, atacando y defendiendo a quienes podían.

Habían dejado se sentir a Nel, que era lo más preocupante, pero no podía moverse mucho porque continuaban atacando y atacando. Dio un suspiro nervioso y continuó luchando, sintiendo como se le clavaban las garras y dientes de los demonios por andar distraído.

Las heridas sangrantes empezaban a arder, muy cerca de él estaba Jonathan, peleando con algunos monstruos para ayudarlo, estaba tan herido como él, el cansancio y la debilidad empezaba a hacer efecto. Le dio un golpe a Alejandro en el brazo, provocando que la espada cayera, éste se lo devolvió y ambos se enzarzaron en una pelea, tratando de herirse con golpes y hechizos.

Aparecían y desaparecían, tratando de sacar ventaja y tomar desprevenido a su enemigo, tenían diversas quemaduras por todo el cuerpo y algunos trozos de hielo de un intento fallido de Alejandro por congelar a David. Ambos sabían que pelear de esa forma era casi inútil teniendo en cuenta que podían contrarrestar perfectamente el hechizo del otro.



Pudo ver a dos personas saliendo del mar, cogidos de la mano, un hombre y una mujer, él la abrazaba y le robaba besos a cada descuido. Se acercó para poder verles la cara y cuando por fin pudo hacerlo las imágenes pasaron muy rápido, como un flash, y estaba en otro lugar.

Con el corazón a mil por hora vio a las personas ahí, el campo de batalla, la sangre, los gritos, su vista se posó en el chico que luchaba en todo el centro contra otro de su misma edad, sintió una mano en su hombro se volteó sólo para encontrarse con el rostro contraído de tristeza y melancolía de Catherine, que negó con la cabeza con decepción.

—El campo, en tu tiempo, debe estar tan mal como lo estuvo aquella vez —susurró con tristeza.



Alejandro le dio un puñetazo en la cara, se dispuso a lanzarle un hechizo que por fin acabara con David. Escuchó el grito de Jonathan clamando el nombre de su amigo, pero no le hizo caso y dirigió aquel destello brillante afilado directo al corazón de David.

Una luz que llegó desde el bosque, cegando los ojos de todos, incluyendo a Alejandro que desvió la mano por un golpe que le dio David y le clavó el puñal en el pulmón, provocando que escupiera un poco de sangre. La luz se extinguió, dirigió la mirada a su enemigo de nuevo y empuñó el arma, antes de lograr su cometido sintió que lo elevaban en el aire.

—¡Así que por fin has aparecido! ¿Eh, ángel? —gritó a la figura frente a él. Soltó una risotada al ver la expresión de furia de la chica, sus ojos brillaban dorados.

Jonathan aprovechó para acercarse a David e intentar detener la hemorragia. Con algo de nerviosismo pudo cerrarla.

Alejandro permanecía elevado a unos metros del ángel de ojos dorados. Christopher se ubicó a la derecha del ser alado que lo mantenía en el aire; sonrió con malicia y burla, era lo que había estado esperando.

Invocó su espada que fue directamente a la mano de su amo como si la hubiesen jalado, creó un campo a su alrededor interfiriendo el poder del ángel. Christopher se atravesó en su camino, dispuesto a pelear, sus movimientos eran rápidos y ágiles, pero no impidieron que la espada se clavara en sus alas y cayera en picada, donde uno de los monstruos se enzarzó contra él.

—Me alegra ver que tus ojos siguen tan dorados como siempre —sonrió. La chica permaneció impasible ante él, sabía lo que quería. Toda aquella historia se remontaba a la época de Catherine y James.

La madre de ella había sido la protectora del poder más grande y puro entre los ángeles, hasta que se enamoró de un humano y decidió quedarse con él, el poder pasó a su hija Catherine y la marca de que era diferente quedó impresa en sus ojos dorados, cuando los del resto de ángeles eran plateados. Una diferencia que le costó la vida por la ambición de hechiceros oscuros, como lo fue Alejandro en su otra vida... como lo era en ésta.

David, en medio de la inconsciencia y debilidad, entreabrió los ojos dirigiéndolos al cielo, entendiendo todo al final, dándose cuenta de lo torpe que fue. Mailen no tenía los ojos miel, había sido engañado tontamente. La sangre seguía saliendo por el resto heridas, no tuvo más opción que relegarse a la oscuridad de su mente.

La risa hizo eco en el bosque, ella tenía una sonrisa sutil en los labios, trataba de contener las carcajadas, pero era un intento casi fallido. De repente la risa se apagó y sus ojos se mostraron tristes… Él estaba en el mismo campo, con el color rojo manchando las flores que quedaban en pie, con el cuerpo sangrante de Catherine entre sus brazos.

—No te rindas —dijo con sus ojos sumamente tristes—. Hagas lo que hagas, vive tu vida, vívela por ti, por mí, por ambos… Te amo —susurró cerrando los ojos para siempre.

«No» pensó de inmediato, no podía dejar que muriera de nuevo, no por la misma razón, no a manos de esa persona; la quisiera o no, iba a defenderla.

Abrió los ojos, para cuando lo hizo, Aranel tenía las alas manchadas de sangre, pero a diferencia de Christopher que cayó de una sola, seguía volando, a duras penas, pero estaba en el cielo. Erika estaba atrapada entre los brazos de Alejandro, que con una maliciosa sonrisa dirigió la daga a la niña. Esta vez el plan iba en más que herirla por fuera.

Antes de que pudiera hacer algo usó un hechizo de levitación, se abalanzó sobre él, Erika pegó un grito por el susto, Aranel la cogió al vuelo, la colocó en el suelo y regresó para acabar con todo aquello. Todo fue muy rápido ambos peleando contra Alejandro, que en un intento por defenderse iba retrocediendo, cada vez más cerca del acantilado, logró asestarle el golpe final, pero Aranel en un intento por defenderlo terminó herida.

Sus alas blancas estaban desgarradas y al ver que finalmente había vencido se resignó a caer. Dio un último vistazo a aquel cuerpo inerte y sangrentado que fue atravesado con su espada. Alejandro había muerto, por fin.

Sus brazos intentaron alcanzarla, mas le fue imposible.

Abajo le esperaba el mar, no podría sobrevivir al golpe, se impulsó con el viento lo mejor que pudo y alcanzó a tomar su mano arrastrándola hacia él.

—Nunca dejaré que te pase algo malo —susurró contra sus labios.

—No podrás cuidarme siempre —contestó con una flor en su mano, esquivando su beso y llevándola a su nariz.

—No me importa. Haré hasta lo imposible por mantenerte a salvo.

Ella lo observó sin decir nada, pero sus labios se movieron silenciosamente para decir «Todos tienen un límite».

¿Dónde estaban las promesas? Le dijo un millón de veces a Catherine que la cuidaría, en aquella u otra vida, entre los besos y sábanas le susurró que la amaba. En ese momento, teniendo en brazos aquel cuerpo totalmente herido e indefenso se daba cuenta de que no lo hizo antes y tampoco ahora. Ya nada era igual, no era Catherine, la chica caprichosa con aires de princesa; era Aranel, la de sonrisa apagada y los besos con sabor a miel, sonrisas perdidas en el tiempo y lágrimas borradas por la lluvia.

No era una princesa —como siempre le gustó llamarla—, no era un ángel. Ella no quería serlo, era sólo Aranel, la bailarina con el corazón de porcelana rota; él ya no era James, el príncipe, era sólo un chico con una hermana y una familia que no supo valorar.

Es curioso, cuando estamos a punto de morir nos damos cuenta de nuestros errores. Como al estar a punto de chocar con la superficie fría y turbulenta del mar, todos los recuerdos pasan por la mente como una película. O eso era lo que David pensaba al verse en esas condiciones.

La abrazó lo más fuerte que pudo, ocultándola y protegiéndola con sus brazos, agachó la cabeza cuando sintió el agua en su cabeza, no pudo evitarlo y perdió la fuerza, cerrando los ojos y dejando escapar el cuerpo de Nel.

—Te prometo que te amaré y no me iré de tu lado nunca.

—No digas promesas que tal vez no cumplas. La vida da muchas vueltas, sólo limítate a disfrutar. —Una sonrisa fue el único regalo que le dio, porque iba a cumplirlo fuera como fuera.

Promesas incumplidas, rotas… perdidas, porque nunca pudieron cumplirse. No logró protegerla, ella se fue primero de su lado y sólo le quedó el recuerdo de su risa, el aroma a flores y un dolor que lo rompió el corazón.

miércoles, 13 de abril de 2011

Capítulo 30: Comienza la batalla

Christopher no hizo el menor esfuerzo por ayudarlos a planear, se limitaría a seguir órdenes porque no tenía más velas en aquel entierro que Aranel, era la única que le importaba… también estaba su prima, pero de eso se encargaría Jonathan. Maldijo aquel velo que le impedía usar sus poderes, los hechiceros tampoco podían, y no poder enviar a su prima y mejor amiga a la ciudad.

—¿Entonces ella es la famosa Aranel? —cometo una vocecilla desde atrás. No tuvo necesidad de voltearse, sabía quién era, aún podía distinguir el tono alegre y un tanto chillón de su vieja amiga.

—Sí —respondió con simpleza. Aranel fijó sus ojos de nuevo en aquella chica rubia de ojos verdes, tenía una sonrisa juguetona mientras la observaba.

—Cloe —presentó tendiéndole la mano con una sonrisa—. Un gusto conocerte de nuevo, princesa —burló. Frunció el ceño ante aquello, detestaba que le dijeran cosas por ese estilo.

—Mi nombre es Aranel —replicó sin responder al saludo y se fue de allí. Cloe esbozó una sonrisa aún más grande, era tal y como la recordaba.

—Ni lo pienses —musitó Christopher con frialdad. Hizo un mohín, pero no desvió su vista de la de cabello miel.

Fue acercándose al lugar donde estaban los ángeles y guerreros reunidos, sabía que no la dejarían entrar, tampoco le importaba hacerlo. Lo único que le preocupaba era regresar a casa para averiguar el paradero de su hermana Erika, sentía que estaba ahí, en algún lugar, tenía una pequeña y minúscula esperanza que no entendía de donde venía, pero podía sentirla, escuchar su voz, no en la cabeza, en el corazón, como si le llamara.

Cerró los ojos y sus pies se dirigieron a un lugar que conocía, se sentía pesada y liviana a la vez. Sus extremidades no le respondían, pero se movía.

—Nel —llamó Jonathan al ver que iba al bosque—. En unos minutos empezará el ataque y el velo debe estar rodeado, cuando se alce, humana o no, te atacarán. Ve con Christopher, él te enviará a casa en cuanto la protección acabe —musitó con desconfianza hacia el lugar que se dirigía. Asintió con lentitud, saliendo del trance, clavó sus ojos en la oscuridad que estaba más allá de lo que ella podía ver.

Dio media vuelta y se alejó.



Seguía de rodillas, una gota de sudor le corría la sien, pero no podía moverse, si los ancianos lo notaban se iban a enfadar mucho, sobre todo luego de haber protestado contra ellos y gritarles por no decirle que Catherine era su hermana, aunque ellos sólo mostraron confusión ante la acusación. Un movimiento en falso y estaría acabado por los que se suponía eran sus aliados.

—Es un mocoso insolente —masculló uno de ellos. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y aquella expresión estoica que solía conservar desapareció hace mucho rato, casi al momento en que llegaron, luego de que protestara contra ellos.

—Sigue siendo un niño —replicó el más anciano con aire imperturbable. De aquellos que estaban reunidos su presencia resaltaba—. Humano, con o sin magia, sigue siendo un niño —acotó—. David, levántate —ordenó impasible a las miradas furiosas de algunos del consejo. Hizo un gesto de mano para acompañar sus órdenes—. Ve a prepararte, no olvides nuestro trato —dijo antes de que cerrara la tienda tras él.

—Eres un blando —renegó el otro—. Sé que nos ha hecho favores, pero no justifica su comportamiento, aunque todos los humanos con poderes mágicos suelen creerse más que los demás, aún entre los suyos; por eso tenemos problemas con Alejandro, nos confiamos y terminó usándolos para el mal. Igual eso pasa por dárselos —dijo finalmente con resignación y molestia al ver que el viejo no lo escuchaba, y se alistaba para irse. Con un último destello de luz los ángeles desaparecieron junto con el velo.

Fue cuestión de milésimas de segundos que los monstros se abalanzaran contra ellos.

El grupo de ángeles estaba reunido en un círculo, con Mailen y Aranel en el medio, para protegerlas mientras Christopher las enviaba devuelta a casa.



—Nos vemos de nuevo —burló Alejandro esgrimiendo la espada con maestría. David no sonrió, en su rostro no había menor atisbo de emoción que indicara que estaba molesto.

Ambos se conocían desde hacía mucho tiempo, en otras vidas, el estilo de pelea era más o menos el mismo. Alejandro hablaba mucho y siempre con aquel tono burlón, esperando distraerte y que alguno de los monstruos acabara contigo, siempre cerca y dispuesto a sacrificar la vida por él o atacar por la espalda, pero sabía que siempre daba el golpe final; los demonios podían hacerle una que otra herida, pero Alejandro no iba a dejar que la gloria se la llevara una sucia bestia.

Destellos de todos los colores fulguraban en el campo de batalla. Muchos eran hechizos en conjunto para contener y acabar los monstruos, que no dudaban en hundir los dientes y garras en sus contrincantes. El cielo, junto con el prado, empezaban a mancharse de sangre, a pesar de que fuera sólo una batalla daría el final a la guerra que llevaba dándose desde hace décadas.

David no podía permitirse perder, estaba en juego la vida de muchos. Sintió un golpe seco en el pecho al tiempo que se le encajaba la espada de Alejando en el brazo. Ambos tenían varias heridas, aun así seguían peleando. Alejandro con la mirada entre la rabia y la burla.

—¿Por qué luchas, David? —preguntó tratando de darle un golpe—. Tu hermana es la que alguna vez fue tu novia, tan cerca y tan lejos —bufó—. Tu mejor amigo, aún sin saberlo te quito la chica que querías.

—Lo hago por ambos. Mailen es mi hermana, familia. Jonathan seguirá siendo mi mejor amigo, te guste o no voy a vencerte, sólo para tener la satisfacción de encerrar tu alma en el infierno y así nunca regresarás —respondió. Tiró el arma de su enemigo a un lado y se le echó encima dispuesto a encajarle la suya en el corazón.



Podía sentir que la sangre le hervía, el llamado, aquella voz en su cabeza regresó, como siempre lo hacía. Pegó un salto antes de que la luz que la llevaría a casa con Mailen pudiera tocarla, se alejó tan rápido como pudo rumbo al bosque. Escuchó los gritos de los ángeles, más que nada de Christopher, que la llamaban.

La sangre le golpeaba la sien, su corazón latía como loco y seguía corriendo. Llegó a un lugar parecido a una cabaña, el ruido de las espadas y la sangre que se derramaba no se escuchaba, era como si fuera un lugar apartado del mundo. Más allá se encontraba una playa, con el sol iluminando, asemejaba un atardecer, pero sabía que en el campo de batalla la luna estaba erguida sobre el cielo.

—Hasta que por fin —musitó el espíritu de Catherine caminado sobre el agua. Se acercó a ella, el agua le llegaba por los tobillos y a cada paso que daba hacia adelante Catherine daba uno atrás—. Te he estado llamado desde hace mucho rato —protestó con el ceño fruncido—. Es hora —escuchó que le susurraba antes de que el agua la cubriera completamente.

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miércoles, 6 de abril de 2011

Capítulo 29: Pasado

Volteó la cabeza para ver aquel grupo de personas tras él. Esbozó una sincera sonrisa de agradecimiento al verlos. Todos lucían expresiones serias y serenas, aunque su vieja amiga tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Pero mira cómo estás! —exclamó tirándosele al cuello ignorando a sus amigos y la luz que provenía de ellos, ésta llegó al cielo y se extinguió tan rápido como llegó para caer en forma de un pesado velo que los apartaría del peligro hasta que hicieran planes, en lo cual no podía demorarse mucho tiempo—. Eres un idiota, supe que había algo sospechoso desde que me llamaste —rió con alegría y le dio un beso en la mejilla.

—Gracias —balbuceó aturdido cuando ella le tendió una espada. Reconoció de inmediato la empuñadura, el grabado en la hoja y el destello que tuvo al estar expuesta a la luz de la luna. Pasó la mano por ella admirado, era como tener de vuelta un viejo amigo, más que por ser un arma le tenía infinito cariño por ser un recuerdo.

«Algo que debo guardar bajo cerrojo en mi memoria» pensó de inmediato al ver a su hermana que era cogida en brazos por un preocupado Jonathan.

Aranel miraba aquel grupo de extraños, eran unos veinte por lo menos, con ropas fuera de lo normal; algunos con alas de dos metros en su espalda, sus rasgos eran delicados y preciosos, pero todo eso quedaba en el olvido con las expresiones estoicas que mostraban. La mayoría, eran los que no tenían alas, lucían en su manos espadas de una longitud considerable. Fijó sus ojos en la chica rubia y de ojos verdes que tenía abrazado a David, se le hacía conocida, pero no entendía por qué.

—¿Te encuentras bien? —interrogó Christopher acariciándole la mejilla.

—¿Tú? —inquirió sorprendida. Abrió sus ojos aún más al notar lo que colgaba más debajo de sus hombros. Sus ojos normalmente grises resplandecían de color plateado—. No —protestó incrédula y se alejó de él—. ¿Qué rayos eres? —balbuceó a duras penas con la sangre corriendo a toda velocidad por sus venas y golpeándole en la sien. Apretó los parpados con fuerza, empezaba a dolerle la cabeza y su corazón golpeaba tan fuerte que le impedía respirar correctamente, aunque su amigo no pareció darse cuenta porque empezó a hablar.

—Soy un ángel —contestó tranquilamente—. Nací bajo una forma humana hace tiempo y cuando renací esa parte de mi esencia se conservó demasiado bien —musitó con algo de irritación.

Aranel le miró con una ceja enarcada cuando el dolor cesó. Puso especial atención a sus palabras, había algo que a Christopher le molestaba con eso de ser ángel.

—¿No te gusta serlo? —interrogó recuperando aquella frialdad que desarrollo luego de la muerte de sus padres y hermano. Le lanzó una mirada inquisitiva tratando de averiguar algo, pero por más que conociera a Christopher nunca lo había visto en su forma real, y los ángeles sabían esconder muy bien sus sentimientos.

Él esquivó su mirada y le cogió el brazo para dirigirla hacia atrás, necesitaba enviarla a casa, no podía permitir que una persona más muriera por su culpa, mucho menos si era Nel, que era como su hermana, ya había perdido una no ocurriría de nuevo.

—Jonathan —llamó. Él volteó a mirarlo—. ¿Cómo está Mailen? —preguntó de inmediato.

—Bien —respondió con una sonrisa de oreja a oreja—. Los tuyos se han encargado de sacarla del estado de hipnotismo, aunque intentan averiguar cómo lo hizo por si acaso tiene una conexión todavía.

Christopher asintió con una mueca de molestia. Detestaba ser un ángel, lo odiaba desde que sus poderes se manifestaron por primera vez.



El niño miraba con horror las plantas marchitas a su alrededor. ¡Eran las favoritas de su madre y él las mató!

—Yo no quise hacerlo —exclamó asustado de que su padre fuera a enfadarse con él. Estaba tan molesto, su madre se había ido, los dejó solos a él y su hermanita, ella aún era tan pequeña y no podía defenderse del mundo. Sollozó al pensar en su mamá. La vida le parecía muy injusta, su madre era una buena y amable, su hermana era pequeña y él, aunque siempre dijera que había crecido, la necesitaba.

Las flores fueron las culpables de que su madre muriera, si a ella no le gustara regarlas no la habría picado aquella serpiente.

—Sabía que esto pasaría tarde o temprano —musitó el hombre sin rastro de enfado en su voz, sólo el dolor de la perdida—. Tu madre me lo advirtió. Debes irte —susurró suave para que no se alterara.

—No quería hacerlo, papá —repitió con los ojos húmedos—. No quiero irme, no me separes de ti y Catherine —rogó agarrándose con fuerza a sus pantalones.

—Lo siento mucho por ti, Armand —dijo con sinceridad—, pero no puedes quedarte, si lo haces en algún momento le harás daño a Catherine, debes aprender a controlarte y es algo que no puedo enseñarte. Debes ir con los tuyos —balbuceó finalmente. Se fijó en aquella sombra que apareció de la nada con la específica misión de llevarse al pequeño—. Ellos te cuidaran —habló a modo de consuelo soltándose del niño y dejándolos solos. Sintiendo como una parte más de su corazón se partía, primero su esposa y luego su hijo—. Regresa cuando no seas un peligro.

Armand ya no escuchaba, estaba demasiado ocupado llorando y rogando a su padre para que no lo obligara, odiándose porque si no podía quedarse con su familia nada tenía sentido.



Siempre le había dicho «Los suyos», pero no se sentía parte de los ángeles él se crio en la tierra y cuando se lo llevaron ni siquiera pudo despedirse de Catherine, algunas veces le permitían verla, pero no eran más que uno o dos días; para cuando regresó a quedarse definitivamente su hermanita era mayor y estaba a punto de ser entregada en matrimonio.

Por esa razón había hecho un trato, sabía que eran pocos los ángeles que permanecían en la tierra, aquello era en casos extremos, como el de él que su madre lo tuvo con un humano y sólo era mitad y mitad, lo habían dejado vivir ahí, pero la regla ordenaba que luego de que la verdadera esencia se manifestara debían servir a la humanidad.

Por esa razón, cuando pudo usarlos, hizo un trato con los más ancianos, trabajaría como ángel de la guarda, al principio su protegido era Bryan, pero al morir su mejor amigo quedó a cargo de Aranel. Aunque era algo mucho más allá de trabajo cuidarla, la quería, por eso lucharía, no porque tuviera que hacerlo.

Fijó su vista en David y en Aranel. No lo odiaba, James amó a Catherine y durante el poco tiempo que estuvieron juntos fueron felices, pero… no quería que se enamorara de los recuerdos; Nel valía demasiado aún con aquel humor de perros que tenía en ocasiones.

 

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